Page 465 - Dune
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bordes de los ojos velados de azul.
               Está agotada, pensó. Hemos de encontrar algún modo de librarla de parte de sus
           cargas.

               Gurney hizo sonar un acorde.
               Paul alzó los ojos hacia él.
               —Hay… algunas cosas que reclaman mi atención —dijo—. Espérame aquí.

               Gurney asintió. Su mente estaba lejos de allí, quizá en Caladan, bajo los cielos
           abiertos de un horizonte nuboso que anunciaba próximas lluvias.
               Paul se obligó a sí mismo a salir, empujándose hacia el corredor a través de los

           pesados cortinajes. Oyó a Gurney arrancar un nuevo acorde al baliset, y se detuvo un
           instante fuera de la estancia para escuchar el ahogado eco de la música.



               Viñas y frutales,

               Y huríes de generosos senos,
               y una copa rebosante ante mí.
               ¿Por qué he de pensar en batallas
               y en montañas a polvo reducidas?

               ¿Por qué ha de haber lágrimas en mis ojos?


               Cielos abiertos sobre mí
               derraman todas sus riquezas;

               mis manos se hunden en tanta abundancia.
               ¿Por qué he de pensar en una emboscada
               y en veneno escondido en mi copa?

               ¿Por qué pesan tanto sobre mí los años?


               Amorosos brazos me reclaman,
               hacia sus desnudas caricias,

               prometiéndome los éxtasis del Edén.
               ¿Por qué entonces recordar las cicatrices,
               sueño de antiguas transgresiones…
               Y no puedo dormir sin pesadillas?




               Un embozado correo Fedaykin apareció por un ángulo del corredor, frente a Paul.
           El hombre había echado su capucha sobre los hombros, y los cierres de su destiltraje
           colgaban sueltos en torno a su cuello, revelando que acababa de llegar del desierto.

               Paul le hizo una seña para que se detuviera, soltó los cortinajes de la puerta, y
           avanzó por el corredor hacia el correo.
               El  hombre  se  inclinó,  las  manos  juntas  frente  a  él,  en  la  forma  en  que  habría

           saludado a una Reverenda Madre o a una sayyadina de los ritos.


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