Page 42 - Escritos sobre ocultismo y masonería
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entrelíneas  de  lo  que  narro  que,  consecuentemente,  es  o  no  posible  al
                soñador aislarse y darse a sí mismo, con menor o mayor intensidad él debe
                concentrarse sobre su obra de despertar enfermizamente el funcionamiento
                de sus sensaciones de las cosas en los sueños. Quien tiene que vivir entre los

                hombres, activamente y encontrándolos —y es realmente posible reducir al
                mínimo la intimidad que se ha de tener con ellos (la intimidad, y no el mero
                contacto, con gente, es  lo perjudicador)—, tendrá que hacer helar toda su
                superficie de convivencia para que todo el gesto fraternal y social hecho a él
                resbale y no entre o no se imprima. Parece mucho esto, pero es poco. Los
                hombres son fáciles de alejar: basta que no nos acerquemos. En fin, paso
                sobre este punto y me reintegro en lo que me explicaba.
                      El crear una agudeza y una complejidad inmediata a las sensaciones las

                más simples y fatales, conduce, dije, si bien a aumentar inmoderadamente el
                gozo  que  sentir  da,  también  a  elevar  con  despropósito  el  sufrimiento  que
                proviene de sentir. Por eso el segundo paso del soñador deberá ser evitar el
                sufrimiento.  No  deberá  evitarlo  como  un  estoico  o  un  epicureísta  de  la
                primera manera, desanidándose porque así se endurecerá tanto para el placer
                como para el dolor. Deberé al contrario ir a buscar el dolor en el placer, y
                pasar en seguida a educarse a sentir el dolor falsamente, esto es, a tener, al

                sentir dolor, un placer cualquiera. Hay varios caminos para esa actitud. Uno
                es  aplicarse  exageradamente  a  analizar  el  dolor,  teniendo  preliminarmente
                dispuesto el espíritu ante el placer, no analizar sino sólo sentir; es una actitud
                mil fácil, a los superiores, es claro, de lo que la misma parece. Analizar el
                dolor y habituarse a entregar el dolor siempre que aparece, y hasta que eso
                suceda por instinto y sin pensar en eso, al análisis, añade a todo el dolor el
                placer  de  analizar.  Exagerado  el  poder  y  el  instinto  de  analizar,  breve  su
                ejercicio absorbe todo y del dolor queda solo una materia indefinida para el

                análisis.
                      Otro método, mas sutil y mas difícil, es habituarse a encarnar el dolor
                en una determinada figura ideal. Crear otro Yo que sea el encargado de sufrir
                en nosotros,  de sufrir  lo que sufrimos.  Crear después  un  sadismo interior,
                masoquista, que goce su sufrimiento como si fuese de otro. Este método —
                cuyo aspecto primero, leído, es imposible— no es fácil, pero está lejos de
                contener  dificultades  para  los  iniciados  en  la  mentira  interior.  Pero  es

                eminentemente realizable. Y entonces, conseguido esto ¡qué sabor a sangre y
                a enfermedad, qué extraño impedimento de gozo remoto y decadente, que el
                dolor y el sufrimiento revisten! Doler se parece al inquieto e hiriente auge de
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