Page 55 - Alejandro Casona
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Despacio, Eugenia; cuidado con las escaleras.
ABUELA.—(Subiendo.)
Déjame ahora de monsergas. Cuando un corazón aguanta lo que ha
aguantado éste, ya no hay quién pueda con él.
ISABEL.
Apóyese en mí.
ABUELA.
Eso sí. Con un brazo joven al lado, vengan años y escaleras. ¡Y sin
bastón! (Se lo da a Isabel.) Así. Con la fuerza de mis dos pies. Con la
fuerza de mis dos nietos. ¡Así...! (Sale erguida del brazo de Isabel.
Balboa y Mauricio al quedarse solos respiran como quien ha salido de
un trance difícil.)
MAURICIO y BALBOA
MAURICIO.
¿Qué tal?
BALBOA.
Asombroso. ¡Qué energía alegre y qué fuego! ¡Es otra... otra! (Le
estrecha las manos.) Gracias con toda el alma. Nunca podré pagarle
lo que está haciendo en esta casa.
MAURICIO.
Por mi parte, encantado. En el fondo soy un artista, y no hay nada
que me entusiasme tanto como vencer una dificultad. Lo único que
siento es que a partir de ahora todo va ser demasiado fácil.
BALBOA.
¿Cree que lo peor lo hemos pasado ya?
MAURICIO.
Seguro. Lo peligroso era el primer encuentro. Si en aquel abrazo me
falla la emoción y la dejo mirar tranquila, estamos perdidos. Por eso
la apreté hasta hacerla llorar; unos ojos turbios de lágrimas y veinte
años de distancia, ayudan mucho.
BALBOA.
De usted no me extraña; tiene la costumbre y la sangre fría del
artista. Pero la muchacha, una principiante, se ha portado
maravillosamente.