Page 51 - Alejandro Casona
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ABUELA.
Todo viejo; otra época. Pero a las casas les sientan los años como al
vino. (A Isabel.) ¿Te gusta?
ISABEL.
Más. Me pone no sé qué en la garganta. Una casa así es lo que yo
había soñado siempre.
ABUELA.
¿Quieres conocerla toda? Te acompaño.
MAURICIO.
No hace falta; hemos hablado tanto de ella que Isabel podría
recorrerla entera con los ojos cerrados.
ABUELA.
¿No?...
ISABEL.
Casi. (Avanza hacia el centro de la escena con los ojos entornados.)
Ahí la cocina de leña, con la escalera de trampa que baja a la bodega.
Allá el despacho del abuelo tallado en nogal, y la biblioteca hasta el
techo. Los libros de la abuela, abajo, en el rincón de cristales. Arriba,
la sala grande de los retratos y un reloj suizo de carillón que suena
como una catedral pequeña. (Se oye arriba el carillón, y luego una
campanada. Isabel levanta los ojos emocionada.) ¡Ese! ¡Lo hubiera
reconocido entre mil!
ABUELA.
¡Sigue, Isabel, sigue!...
ABUELA.
Frente al reloj, una puerta con doble cortina de terciopelo rojo. Y
sobre el jardín, el cuarto de estudiante de Mauricio, con la rama del
jacarandá asomada a la ventana.
ABUELA.
¿También eso?
ISABEL.
Mauricio me lo dijo tantas veces: "si algún día regreso quiero volver a
trepar por aquella rama".
ABUELA.—(Radiante.)
¿Lo ves, Fernando? ¿Ves cómo no se podía cortar? Ven acá, hija.
¡Dios te bendiga!