Page 56 - Alejandro Casona
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MAURICIO.—(Concesivo.)
No está mal la chica. Tiene condiciones.
BALBOA.
Aquella escena del recuerdo fue impresionante: la catedral pequeña,
el rincón de cristales, la rama asomada a la ventana... ¡Si a mí
mismo, que le había dibujado los planos, me corrió un escalofrío!
MAURICIO.
Hasta ahí todo fue bien. Pero después... aquel sollozo cuando se echó
en brazos de la abuela...
BALBOA.
¿Qué tiene que decir de aquel sollozo? ¿No le pareció natural?
MAURICIO.
Demasiado natural; eso es lo malo. Con las mujeres nunca se sabe.
Les prepara usted la escena mejor calculada, y de pronto, cuando
llega el momento, mezclan el corazón con el oficio y lo echan todo a
perder. No hay que soltarla de la mano.
BALBOA.
Comprendo, sí; es tan nueva, tan espontánea... Puede traicionarse
sin querer.
MAURICIO.
¡Y con esa memoria de la abuela! Cuanto menos las dejemos solas
mejor.
BALBOA.
¿Y qué piensa hacer ahora?
MAURICIO.
Lo natural en estos casos: la velada familiar, los recuerdos íntimos,
los viajes...
BALBOA.—(Mirando receloso a la escalera y bajando la voz.)
¿No se le habrá olvidado ningún dato?
MAURICIO.
Pierda cuidado; donde falle la geografía está la imaginación. Procure
usted que la velada no sea muy larga, por si acaso. Y pasada esta
primera noche, ya no hay peligro.
BALBOA.—(Sintiendo llegar.)
Silencio. (Aparece la Abuela en lo alto de la escalera.)