Page 148 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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los convierte  en  una pareja:  la homofrosyne,  la comunidad
         de  ideas.  Cuando  Nausicaa habló  con él  del  matrimonio,
         Ulises le dijo que la homofrosyne era la cosa más importan­
         te para  un  hombre y  una mujer  cuando  están  casados:  el
         hecho  de  que  exista  armonía  de  pensamientos  y  senti­
         mientos entre el  esposo y la esposa. Y eso es lo  que  repre­
         senta el lecho nupcial.
             Parece que  todo  ha terminado,  pero  no  es  así.  Queda
         todavía Laertes, el padre de Ulises, que no está al corriente
         del  regreso  de  su  hijo.  Ulises  tiene  a  su  hijo,  tiene  a  su
         mujer,  en  cuya  mirada  lee  una  fidelidad  absoluta,  tiene
         criados. Antes de  que la historia termine,  Ulises visitará a
         su  padre.  Ha  abandonado  su  vestimenta  de  mendigo,
         quiere ver si, después de veinte años, su padre le reconoce.
         ¿Ulises sigue siendo el mismo después de veinte años? Lle­
         ga al huerto donde se ha retirado su padre, solitario y des­
         dichado;  allí  trabaja  la  tierra  con  dos  esclavos  varones  y
         una  esclava.  Su padre,  Laertes,  se  encuentra  en  el  mismo
         estado que Argos sobre el montón de estiércol y que tenía
         Ulises cuando se presentó disfrazado de mendigo en el pa­
         lacio.  Llega Ulises, y Laertes le pregunta qué quiere. Ulises
         comienza  a  decir mentiras:  «Soy  un extranjero.» Mientras
         habla, finge que confunde a su padre con un esclavo.  «Es­
         tás realmente tan  sucio como  un peine, vistes de una ma­
         nera miserable, tienes una piel repugnante, tu sombrero es
         de piel de animal, como sólo los puede llevar un criado de
         baja  estofa.» A  Laertes  no  le  importa lo  que  le  dice.  Sólo
         una pregunta le bulle en  la cabeza:  ¿ese extranjero  le dará
         noticias  de su  hijo?  Ulises,  de acuerdo con  su  costumbre,
         se dispone a contarle historias inverosímiles.
             Pero  Laertes  se echa  a llorar:  «¿Ha  muerto?»,  pregun­
         ta, y coge un puñado de tierra que deja caer sobre su cabe­
         za.  Viéndole  en  tal  estado  de  postración,  Ulises  estima
         que ya está bien  de  mentiras:  «Basta,  Laertes,  soy Ulises.»

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