Page 176 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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muchacho de Corinto, como se sabe y se dice secretamen­
         te. Un día,  mientras se pelea con un muchacho de su mis­
         ma edad,  éste le suelta: «¡Al fin y  al  cabo,  tú eres  un  hijo
         putativo!»  Edipo  va  a ver  a  su  padre  y  le  cuenta  que  un
         compañero le ha llamado «hijo putativo», como si no fue­
         ra  realmente  su  hijo.  Pólibo  lo  tranquiliza  como  puede,
         sin  llegar  a  decirle  con  claridad:  «No,  en  absoluto,  claro
         que  eres  el  hijo  de  tu  madre y  mío.»  Se  limita  a  decirle:
         «Esto  es  una  tontería,  no  tiene  ninguna  importancia.  La
         gente  es  envidiosa,  cuenta  cualquier  cosa.»  Edipo  sigue
         preocupado  y  decide  ir  a  consultar  al  oráculo  de  Delfos
         para plantearle la  pregunta de su origen.  ¿Es o no hijo  de
         Pólibo y Mérope?  El oráculo se niega a darle una respues­
         ta tan clara como su pregunta. Y le dice: «Matarás a tu pa­
         dre,  te acostarás  con  tu madre.»  Edipo  se horroriza y esta
         revelación  espantosa  anula  su  pregunta  inicial: «¿Soy  su
         verdadero hijo?» Lo más urgente que tiene que hacer es es­
         capar,  poner toda la distancia posible entre él y aquellos a
         quienes  considera sus  padres.  Exiliarse,  irse,  apartarse,  ca­
         minar  lo  más  lejos  posible.  Así  que  parte,  y  de  manera
         algo  parecida a Dioniso se convierte  en  un caminante.  Ya
         no  tiene  tierra  en sus sandalias,  ya  no  tiene  patria.  En su
         carro, o a pie, se dirige de Delfos a Tebas.
             Ocurre  que  en  aquel  mismo  momento  la  ciudad  de
         Tebas  padecía  una terrible pestilencia,  y Layo quería  diri­
         girse  a  Delfos  para pedir consejo  al  oráculo.  Había salido
         con  un  mínimo  séquito,  en  su  carro,  con  su  cochero,  y
         uno  o  dos  hombres.  Ya  tenemos,  pues,  al  padre y al  hijo
         —a un  padre convencido de que su hijo ha muerto, y a un
         hijo  convencido  de  que  su padre  es  otro- caminando  en
         sentido  contrario.  Coinciden  en  una  encrucijada  de  tres
         caminos;  en  un lugar donde no pueden  pasar dos carrua­
         jes  a  un  tiempo.  Edipo  está en  su carro,  Layo en  el  suyo.
         Layo  considera  que  el  cortejo  real  tiene  prioridad y pide,

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