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CAPITULO XVIII
DOS CONQUISTAS QUE HIZO EL INCA
LLOQUE YUPANQUI
ABIENDO TOMADO el Inca Lloque Yupanqui la posesión de su reino y
H visitádolo por su persona, propuso extender sus límites, para lo cual
mand6 levantar seis o siete mil ·hombres de guerra para ir a su reducci6n
con más poder y autoridad que sus pasados, porque había más de sesenta
años que eran Reyes, y le pareció no remitirlo todo al ruego y a la persuasión,
sino que las armas y Ia potencia hiciesen su parte, a lo menos con los duros
y pertinaces. Nombró dos tíos suyos que fuesen por maeses de campo y eligió
otros parientes que fueron por capitanes y consejeros, y dejando el camino
de Umasuyu, que su padre había llevado en su conquista, tomó el de
Orcosuyu. Estos dos caminos se apartan en Chuncara y van por el distrito
llamado Collasuyu y abrazan la gran laguna Titicaca.
Luego que el Inca salió de su distrito, entró en una gran provincia
llamada Cana, envi6 mensajeros a los naturales con requerimiento que se
redujesen a la obediencia y servicio del hijo del Sol, dejando sus vanos y
malos sacrificios y bestiales costumbres. Los Canas quisieron informarse de
espacio de todo lo que el Inca les enviaba a mandar, y qué leyes habían de
tomar y cuáles dioses habían de adorar. Y después de haberlo sabido, res-
pondieron que eran contentos de adorar al Sol y obedecer al Inca y guardar
sus leyes y costumbres, porque les parecían mejores que las suyas. Y así
salieron a recibir al Rey y se entregaron por vasallos obedientes. El Inca,
dejando ministros, así para que los instruyesen en su idolatría como para el
cultivar y repartir las tierras, pasó adelante hasta la nación y pueblo llamado
Ayauiri. Los naturales estuvieron tan duros y rebeldes que ni aprovecharon
persuasiones ni promesas ni el ejemplo de los demás indios reducidos, sino
que obstinadamente quisieron morir todos defendiendo su libertad, bien en
contra de lo que hasta entonces había sucedido a los Incas. Y así salieron
a pelear con ellos sin querer oír razones, y obligaron a los Incas a tomar las
armas, para defenderse, más que para ofenderles. Pelearon mucho espacio
y hubo muertos de ambas partes, y, sin reconocerse la victoria, se recogieron
en su pueblo, donde se fortalecieron lo mejor que pudieron y cada día salían
a pelear con los del Inca. El cual, por usar de lo que sus pasados le dejaron
mandado, se excusaba todo lo que podía por no venir a las manos con los
enemigos; antes, como si él fuera cercado y no cercador, sufría las des-
vergüenzas de los bárbaros y mandaba a los suyos que atendiesen a apretar-
los en el cerco (si fuese posible), sin llegar a las manos. Mas los de Ayauiri,
tomando ánimo de la benignidad del Inca y atribuyéndola a cobardía, se
mostraban de día en día más duros en reducirse y más feroces en la pelea,
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