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la gente de una punta a otra del estadio. Y Duryodhana con el permiso de Bhishma
y Dhritarashtra ordenó que trajeran el agua sagrada y los otros elementos necesarios
para la ceremonia de la coronación. Inmediatamente fueron a buscarlos y mientras los
brahmanes cantaban incesantemente los Vedas. Duryodhana colocó su propia corona
sobre la cabeza de Radheya e igualmente puso su espada en su mano derecha, tras lo
cual Radheya recibió del príncipe kuru el baño de coronación. Y Duryodhana le dijo:
—Ahora eres el rey de Anga. Arjuna, este hombre es ahora de tu propio rango,
incluso superior si cabe. Pelea con el y permítenos el placer de observarte como lo haces.
De los ojos de Radheya brotaban lágrimas de emoción y dirigiéndose a Duryodhana
le dijo:
—Mi señor, no sé cómo puedo agradecerte el gran honor que acabas de conferirme.
No creo siquiera que lo merezca. Dime, ¿cómo puedo mostrarte mi gratitud?
El noble Duryodhana sonrió y le dijo:
—Joven, seas quien seas, tus nobles cualidades no sólo merecen este pequeño reino
de Anga sino mucho más. Pareces estar preparado para gobernar el mundo entero. Y por
lo que respecta a nosotros no queremos nada a cambio de este pequeño servicio que te
hemos hecho. Yo sólo quiero tu amor; quiero tu amistad. Duryodhana quiere tu corazón.
Radheya dibujó una sonrisa en medio de sus lágrimas y le respondió:
—¿Mi corazón? Eso, señor mío, ya os lo habéis ganado. Duryodhana se le acercó y
Radheya, con su cuerpo empapado por el agua santa de la coronación y con lágrimas de
amor y gratitud en su rostro avanzó también hacia el príncipe hasta unirse ambos como
amigos en un abrazo. Esta escena conmovió el corazón de los asistentes:
« ¡Qué gesto más noble, qué príncipe! », comentaban los habitantes de la ciudad.
Un anciano avanzaba en medio de la multitud dirigiéndose hacia el escenario con
ayuda de un bastón. En cuanto Radheya lo vio se apresuró a su encuentro, postrándose
ante él y poniendo la corona a sus pies. Era Atiratha, su padre. El anciano le dijo:
—Radheya, hijo mío, estoy muy feliz de ver la suerte que ha recaído en ti. Alabado
sea el noble príncipe Duryodhana.
Esto hizo saber a la gente que Radheya era por origen un sutaputra. Los pandavas
que hasta entonces permanecían en silencio comenzaron a reírse sarcásticamente entre
ellos por el buen comienzo del recién ungido rey. Y Bhima le dijo:
—Escucha, tú, un sutaputra no es digno de ser aniquilado por Arjuna. Ni siquiera
eres digno de tener un arco en la mano; coge las riendas y el látigo que serán para ti
instrumentos más apropiados.
Este insulto hirió a Radheya en lo más profundo, el cual apretó los labios con ira,
pero se contuvo y no dijo ni una palabra. Allí, en silencio levantó sus ojos hacia el Sol