Page 132 - Mahabharata
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                   La competición comenzó y los reyes se fueron acercando al arco uno por uno. El
               arco era divino, su nombre era Kindhura. Su cuerda era de metal y era muy difícil

               tensarla. Los reyes se acercaban con grandes esperanzas en sus corazones, pero al verse
               incapaces de manejar el arco volvían a sus asientos con la cabeza baja. Las huestes de los
               Yadavas habían decidido no participar en el swayamvara. Los ojos de Krishna recorrían
               la multitud hasta que finalmente se detuvieron sobre la forma de los pandavas. Con
               mucho disimulo atrajo la atención de su hermano hacia ellos.
                   —Mira —le dijo—, ¿ves a aquellos cinco brahmanes sentados allí?, pues estoy seguro
               que son los pandavas ocultando sus nobles formas con las vestiduras serenas de un
               brahmín. Parecen ascuas de carbón cubiertas con cenizas. Los cinco héroes están vivos y
               están aquí. Esperemos y veamos qué sucede.
                   La cara de Krishna se iluminó con una dulce sonrisa. Como Krishna ya sabía que los
               pandavas aún vivían no tuvo inconveniente en acceder a que los Yadavas no participasen
               en la competición del swayamvara.
                   El torneo continuó. Rey tras rey intentaron pasar la prueba fracasando en su intento,
               aunque algunos de ellos casi lo consiguieron. A Sisupala, por ejemplo, le faltó tan sólo el
               tamaño de un grano de sésamo para cubrir con éxito la prueba, pero se le resbaló el arco
               y tuvo que regresar a su asiento, con el sabor del fracaso amargándoles las entrañas. Otro
               que estuvo a punto de conseguirlo fue Jarasandha, a quien le faltó también el tamaño

               de un grano de mostaza. Duryodhana se levantó de su asiento dirigiéndose hacia el
               arco con paso majestuoso pero tampoco consiguió hacer diana perfecta en el pez. A
               Salya le faltó el ancho de una judía para que su intento fuera coronado por el éxito. Ya
               todos los demás reyes estaban perdiendo la esperanza al ver que los mejores arqueros
               no habían podido superar con éxito la prueba, pero Radheya se levantó y se dirigió
               hacia el escenario. Su aspecto era grandioso mientras caminaba como una pantera a
               través del salón en dirección al arco. Krishna le observaba con total concentración viendo
               cómo Radheya cogía el arco y tensaba la cuerda. Mientras Radheya trataba de apuntar
               con precisión y todos los reyes se sumaban a su intento con gran emoción, Krishna no
               se atrevía a respirar. Todos estaban seguros de que lo conseguiría. Ahora que Arjuna
               había muerto, creían que no habría nadie que pudiera igualar a Radheya, el discípulo de
               Bhargava. Era todo un espectáculo verle doblar el arco tensando la cuerda casi sin hacer
               esfuerzo. Sus disparos fueron tan certeros que tan sólo le faltó el ancho de un pelo para
               hacer diana perfecta. En la cara de Krishna se reflejó una expresión de alivio. El silencio
               se había apoderado del salón entero. Ya nadie se atrevía a coger el arco después de que
               Radheya hubo fallado también en su intento.
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