Page 146 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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La vida eremítica y la conventual 135
Dentro ya del tipo religioso propiamente dicho, ofrécense dos
géneros cardinales de profesión monástica, como en el cristianismo:
eremitas o solitarios y cenobitas o conventuales. Uno y otro, a
su vez, presentan también idénticas variedades que en el monaca-
to cristiano: dentro de la vida común y de la solitaria, los profesos
se consagran ya a la vida contemplativa, ya a la activa y apostólica,
ya a la peregrinante o giróvaga. Los contemplativos que vivían en
oración continua, los mendicantes y los que por humildad y mortifi-
cación simulaban la locura, fueron asimismo tipos no infrecuentes en
el islam, aunque sin constituir, como en el cristianismo, organizaciones
u órdenes aparte. Es más: aun la institución de las hermanas agapetas
que hasta el siglo v de nuestra era conoció el monacato cristiano (1),
parece que existió también alguna vez en el islámico, si hemos de juz-
gar por la rotunda prohibición que de ella consigna Abenarabi, cuan-
do prescribe a sus discípulos el absoluto apartamiento del trato y her-
mandad de las mujeres (2). Esto no obstante, el mismo Abenarabi
convivió con una de estas devotas, Nuña Fátima, en Sevilla (3).
Abenarabi cita en su Risalat al-cods vivían del trabajo de sus manos o de una
profesión liberal que en medio del mundo ejercían. He aquí las principales que
Abenarabi les atribuye: abogado, alpargatero, campesino, cirujano, curtidor
en fino, gorrero, herrero, maestro de escuela, ollero, recolector de quermes,
sastre, sedero, tamizador de alheña, vajillero, vendedor de camamila, verdu-
lero y zapatero.
(1) Llamáronse así las religiosas que vivían en compañía, cada una, de
un monje. Los peligros de esta cohabitación fueron puestos de relieve a menu-
do por los escritores ascéticos, v. gr.: el abad Afraates, el Crisóstomo y los
dos Gregorios, hasta que cesó el abuso por ley de Teodosio el joven, en 420
de J. C. Cfr. Besse, 64.
(2) Cfr. Amr, 100, donde reprueba la hermandad (i\.¿.\^) de las mu-
jeres, como si aludiera a la institución dicha. Que ésta ha existido en el is-
lam consta, además, por el testimonio explícito, aunque moderno, del Ca-
maxjanui (s. XIX) en su suma de sufismo titulada Chami al-osul (Cairo, 1319
hégira), pág. 150, donde condena el trato y convivencia de mujeres extrañas,
que algunos sufíes tienen consigo y a las que llaman hijas o hermanas. Sobre
la existencia de conventos de monjas en el islam desde el siglo II de la hégira
y, en general, sobre los orígenes de la vida monástica musulmana, cfr. Asín,
Abcnmasarra y su escuela, 12-14.
(3) Cfr. supra, parte primera, II, y Risalat al-cods, § 55. En su Risalat