Page 168 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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El respeto al maestro       !57
       obviaba, pues, todas las dificultades: sin faltar el novicio a su voto de
       pasiva obediencia, sin tomar la iniciativa de consultar al maestro, bas-
       tábale dirigir mentalmente, desde la soledad de la celda, la intención
       de su espíritu hacia el de su director, para que éste conociera las du-
       das que le acuciaban y se apresurase a llamarlo para resolvérselas.
          Inaccesible, pues, en su celda prioral,  el maestro no podía ser vi-
       sitado más que por su fámulo, y aun éste necesitaba solicitar el per-
       miso para entrar en cada caso, a fin de no sorprenderle en las actitu-
       des negligentes, propias de la intimidad y poco propicias  al decoro
       del superior. Ya hemos visto antes con qué reverentes atenciones ha-
       bía de servírsele la comida. Y para velar su sueño, el fámulo dormía
       cerca de la celda, puertas afuera, por  si necesitaba de sus servicios.
       Iguales muestras de veneración rendíanle los novicios que, llamados,
       acudían a recibir sus consejos y prescripciones: nadie entraba, des-
       pués de pedir permiso, sin besarle la mano y permanecer en humilde
       actitud ante él, con la cabeza baja; y si el maestro le ordenaba sen-
       tarse en su presencia, habíalo de hacer fuera del tapiz en que aquél
       reposaba y en postura tal, que revelase  el encogimiento del esclavo,
       dispuesto en todo instante a levantarse si así lo ordena su señor. Toda
       familiaridad y llaneza estábale vedada en presencia del maestro: en
       la oración, al practicar los movimientos rituales, el novicio se guarda-
       ba bien de darle la espalda por descuido; en la calle, jamás debía ca-
       minar delante de él, a no ser por la noche para guiar sus pasos en la
       oscuridad; en toda ocasión, mirarle  al rostro era considerado como
       grave falta de respeto, igual que el no cumplir las penitencias que ha-
       bía impuesto o el practicar ejercicios devotos que no hubiese prescri-
       to, aunque fueran éstos más  difíciles, mortificantes y meritorios. El
       rasgo, finalmente, que viene a sellar toda esta minuciosa reglamenta-
       ción sintetiza e interpreta a maravilla su espíritu: cuando  el maestro
       salía de viaje, los novicios quedaban obligados a  ir diariamente a su
       celda, para saludarle como si estuviera presente (1).
         (1)  Entre las pruebas de respeto al maestro incluyese también (Tadbirat,
       226)  la de no contraer nupcias  el novicio con la esposa repudiada por aquél.
       La convivencia de las mujeres ya hemos visto que estaba vedada en los ceno-
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