Page 166 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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La obediencia monástica 155
piedad individual, hasta en lo tocante a sus personales muebles, vesti-
dos y utensilios, porque todo era común entre los hermanos: en los mis-
mos términos que Abenarabi emplea en su Amr, decía siglos antes San
Juan Crisóstomo que los cenobitas no usan siquiera las voces mío y
tuyo, y en las reglas de San Basilio, igual que en las vigentes en Egip-
to, se estatuía que todas las cosas, zapatos, hábitos, etc., debían ser
comunes a todos, sin que un hermano pudiese dar ni recibir de otro
hermano cosa alguna (1).
Requisito básico para la iniciación en la vida espiritual es, según
Abenarabi (2), la obediencia al superior o maestro, que hace las ve-
ces de Dios en la dirección del principiante y al cual por ello le debe
sumisión, respeto y amor. Si el fin u objetivo de la vida monástica es
desligar el corazón de todo lo que no es Dios, hasta familiai izarse sólo
con El, es evidente que no le bastará al novicio, para lograr su pro-
pósito, reprimir y contrariar por sí los apetitos mundanos, mientras
no corte de raíz la causa de esos apetitos, que es el amor propio, la
voluntad personal. Ahora bien, el recurso más eficaz para matar la
propia voluntad es la sumisión a la voluntad ajena.
Esta obediencia debía ser ciega, sincera, pronta e incondicional.
El novicio cumplirá las órdenes del maestro, a la letra, sin interpreta-
ciones, sin réplicas, sin contradicciones y sin excusas, aunque lo man-
dado sea irracional, absurdo y hasta pecaminoso. Corrían entre los su-
fíes casos ejemplares de tan ciega sumisión a las órdenes de los maes-
tros, que para probar la fidelidad de los discípulos a su voto de obe-
diencia imponíanles a veces actos vedados por la moral, que eran cum-
plidos sin escrúpulo y aun sin que por sus mientes pasara la más leve
sospecha contra la rectitud y discreción de sus directores espirituales,
como si la orden emanase de Dios mismo. La adhesión afectuosa, el
amor filial al maestro templaba los sentimientos de temor reverencial
que e! corazón del novicio debía abrigar. Los amigos del maestro ha-
(1) Besse, 154, 159, 376-7.
(2) Cfr. Amr, artículo 2."; págs. 83 y siguientes; Tadbirat, 226, 228, 235;
Anwar, 56.