Page 164 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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El aseo personal          153
       mano o la cara de su vecino, ni pedir cosa alguna al fámulo, sino limi-
       tándose a tomar lo que le correspondiera; a cada bocado y mientras se
       le mastica y deglute,  el religioso debe dar gracias a Dios, para que
       este acto de necesidad natural adquiera así mérito a sus ojos; acabada
       la comida, no antes, levantábanse todos de la mesa. Comer entre ho-
       ras en la celda propia, para simular luego sobriedad en la mesa co-
       mún, es hipocresía espiritual que Abenarabi reprueba (1).
          El aseo personal que en el islam tiene caracteres de rito religioso,
       indispensable para la oración litúrgica, era, sin embargo, observado
       tan sólo dentro de los estrictos límites rituales, es decir, que los no-
       vicios y hermanos,  si bien debían practicar la ablución en todos los
       casos que  la ley religiosa prescribe — singularmente para  la oración
       litúrgica— y también antes de la oración mental y al entrar a presen-
       cia del maestro, en cambio les estaba vedada toda limpieza que pu-
       diese obedecer a estímulos de vanidad o que implicara peligro de sen-
       sualidad y molicie femenil: no debían, por lo tanto, sin previa orden
       del superior, lavarse  el hábito, ni peinarse o arreglarse la barba, ni
       rasurarse, ni cortarse el cabello y las uñas. Claro es que indecencia
       tamaña, consagrada por la regla, quedaba a menudo incumplida, pues
       el mismo autor de la prohibición, Abenarabi, se lamenta del afeminado
       esmero con que ¡os sufíes del oriente cuidaban de peinar sus barbas.
       El rudo contraste que ofrece esta reglamentada suciedad con  la ley
       islámica de la purificación ritual, no parece obedecer más que al em-
       peño de matar en el novicio—a la vez que la vanidad—toda iniciativa
       autónoma de la voluntad propia, que, como veremos, ha de estar su-
       peditada en absoluto a la voluntad del maestro, hasta en estos menu-
       dos y personalísimos menesteres del aseo y decencia (2).
          Se ve también en ello un síntoma palmario de la imitación monás-
       tica cristiana, como en otros varios pormenores de  la organización
       conventual que acabamos de bosquejar. Imposible enumerarlos todos
       para su completo cotejo; pero no sería razonable omitir, en líneas ge-
       nerales, la semejanza que algunos ofrecen. Así, por ejemplo, las pres-
         (1)  Amr, 87, 88, 97, 106; Tadbirat, 226, 232; Risalat al-cods,  II, B.
         (2)  Amr, 99,  106, 109; Risalat al-cods,  I; Tohfa,  8.
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