Page 163 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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152       Parte  II. —  Doctrina espiritual de Abenarabi
        los novicios y profesos se resolvía sin necesidad de normas y previ-
        siones, encomendando a la caridad de los fieles en general y a la de
        los hermanos ricos en particular el cuidado del sustento, bien mendi-
        gando, bien aceptando sin mendigar lo que espontáneamente se ofre-
        cía, bien abandonándose a la voluntad y providencia de Dios. Abena-
        rabi tenía la costumbre de poner en las manos del maestro de espíritu,
        a cuya dirección se sometía, todo cuanto dinero llevaba consigo. Ya
        hemos dicho que el voto de pobreza, explícito o implícito, era requi-
        sito previo a la profesión. Por eso, la más absoluta comunidad de bie-
        nes debía reinar en los cenobios: prendas de vestir, utensilios domés-
        ticos, etc., eran del todo comunes entre los hermanos, para evitar así
        el apego a las cosas del mundo. En el oriente, el problema del susten-
        to de los cenobios estaba espléndidamente resuelto por las fundaciones
        benéficas con que la piedad de los fieles acudía a esta necesidad. Abe-
        narabi insiste a menudo en los peligros que la riqueza de estas funda-
        ciones pías ofrece para  la sinceridad de los votos monásticos, pues
        abundaban los novicios que se acogían a los conventos, sin otra vo-
        cación que la de gozar de las comodidades y vida holgada que en ellos
        se disfrutaba (1).
          No parece que a la mesa de la comunidad se sentase  el maestro.
        Abenarabi recomienda que coma aparte en el retiro de su celda, para
        evitar familiaridad con los novicios. Uno de éstos, su fámulo personal,
        era el encargado de llevarle la comida, dejándosela en silenció ante él
        y retirándose luego tras la puerta, donde permanecía de pie hasta que
        acababa, para  retirar  el servicio y comerse las sobras  si  así se  lo
        mandaba. Esta práctica era expuesta a abusos, de que el mismo Abe-
        narabi se acusa: los maestros caían a veces en la tentación de reser-
        varse manjares más suculentos que la bazofia de la comunidad.
          Reglas de urbanidad y de austeridad no faltan en lo que atañe a la
        mesa. Abenarabi condena por igual la voracidad y el melindre en el co-
        mer: cada comensal debía servirse de la parte del plato común contigua
        a él, sin ahondar en el guiso para buscar lo más suculento, ni mirar la

          (1)  Amr, 89, 100, 108; Tadbirat, 235; Risalat al-cods,  I y §  15.
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