Page 172 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Condiciones para  el éxito   161
       moradas de la vida mística; es la segunda, que la meta a que el alma
       debe tender es a lograr la perfección por las obras buenas; apetecer
       y buscar de propósito los carismas y estados místicos, en vez de la
       perfección, es desviarse de la meta (1). Los entendidos en psicología
       mística no dejarán de apreciar en todo su valor la fina penetración que
       estas dos advertencias, de espíritu teresiano, denuncian en su autor.
       Más adelante volveremos sobre ellas al estudiar su doctrina sobre los
       carismas y las tribulaciones.
          Otros consejos, previos como los citados para emprender la mar-
       cha, aparecen dispersos en varios lugares de sus opúsculos (2). Uno
       es  el que se refiere a la necesidad de aprovechar el tiempo, que sin
       cesar huye y que tan precioso es para la salvación del alma. El que está
       convencido de esta verdad, no pierde los instantes de vida que Dios le
       otorga para obrar el bien, sino que los aprovecha esforzándose en ser-
       virle. Dios, por su parte, premia generoso con nuevas gracias los es-
       fuerzos que el alma hace, movida por las gracias primeras, en su ser-
       vicio. El síntoma, en fin, seguro para conocer si el alma entra con ver-
       dadera voluntad de servir a Dios, consiste en el abandono de la propia
       voluntad, es decir, en la muerte del amor propio, entregándose con
       toda obediencia y confianza a la dirección del maestro, como escala
       para subir hasta Dios.
          El método de la disciplina ascética se basa en  el islam, sobre la
       teoría, cristiana y neoplatónica, de la purificación o cátharsis. Abena-
       rabi adopta esta tradicional idea, con los símbolos también tradiciona-
       les del espejo y la luz:  el alma, el corazón y el espíritu, es decir, las
       tres partes o estratos principales del elemento psíquico del hombre,
       han perdido la prístina inmaterialidad de su origen divino por su unión
       con el cuerpo y el consiguiente contacto con el mundo de la materia.
       De todas tres, la primera, el alma sensitiva, es el órgano inmediato de
       este contagio, que hace decaer al hombre de su sublime dignidad. El
       alma sensitiva, en efecto, es  el origen de las pasiones concupiscibles
       e irascibles, cuyo desorden constituye el pecado. Todo pecado es una
         (1)  Anwar,  12; Mawaqui, 52,  190.
         (2)  Mawaqui,  56,  90,  111,  198, 200.
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