Page 177 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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        166       Parte II.—Doctrina espiritual de Abenarabi

        en lo que tiene de unión con Dios por el amor y la contemplación, la
        caridad además ofrece para Abenarabi, como para  la espiritualidad
        cristiana, otra faceta, si no de tan altos quilates místicos, en sí misma,
        de enorme fecundidad para la vida social, que conviene poner aquí de
        relieve. Aludimos a la caridad fraterna," elemento indispensable de la
        perfección cristiana y fuente viva de las obras de misericordia. Abe-
        narabi con morosa delectación se entretiene en sus opúsculos en ana-
        lizar minuciosamente los variadísimos frutos de bendición que rinde
        el árbol de la caridad (1). Este análisis pone de relieve, a la vez, cómo
        no era para Abenarabi incompatible con la vida contemplativa la vida
        activa o apostólica, cuyas efusiones bienhechoras deben alcanzar a
        todas las criaturas, singular y preferentemente a los hombres, pero
        sin dejar de trascender hasta a los animales irracionales. El cuadro
        está trazado con tan tierna solicitud y cordial delicadeza, que podría
        sin dificultad pasar por una página franciscana. Ante todo, en las re-
        laciones del religioso con las gentes del siglo, debe aquél superar la
        ley natural de la estricta justicia: no basta cumplir  el precepto ele-
        mental que dice "quod tibi fieri non vis, alteri ne facias", sino que es
        preciso además ceder del propio derecho espontáneamente y someter-
        se gustoso a lo que el prójimo quiera, como si la voluntad de éste fuese
       la voluntad de Dios.
          Vienen luego las obras todas de misericordia corporales, que Abe-
       narabi sutiliza hasta extremos no comunes: no basta practicar la limos-
       na con generosidad inagotable, sino que además hay que servir per-
       sonalmente al pobre, ayudando al fardero a llevar a cuestas su carga,
       cuidando al enfermo, guiando al extraviado, etc. El pobre debe siem-
       pre ser preferido al rico, aun en las muestras externas de urbanidad
       social. Un rasgo, por fin, delicadísimo da  el último toque al cuadro
       por las calles y caminos el religioso va apartando solícito cuantos obs-
       táculos se oponen al paso del prójimo, piedras, zarzas, etc., a la vez
       que recoge los objetos todavía útiles para el pobre, como trapos, restos
       de comida,  etc.
          A las obras de misericordia corporales son también acreedoras las
         (1)  Amr, 80, 99, 100, 106, 108, 109, 111, 113; Cunh, 42, 49; Tadbirat, 236.
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