Page 176 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Las virtudes monásticas     165
       ciar el corazón de las cosas de acá abajo. Luego, la mortificación po-
       sitiva de los gustos y opiniones propios, sacrificados por Dios con pa-
       ciencia y mansedumbre, hasta lograr que el alma haga lo contrario de
       lo que  el amor propio le dicte. Secuela de esta virtud es  la caridad
       generosa y heroica, que pospone el personal derecho, con espontanei-
       dad y prontitud, a los derechos del prójimo. La sincera y ciega con-
       fianza en la gracia de Dios viene después, pero concebida, no en  el
       sentido vulgar de  la esperanza, virtud del simple  fiel, sino en este
       otro más sutil y alquitarado, propio de los místicos, que jamás se de-
       jan desanimar por la desolación espiritual, sino que perseveran cons-
       tantes en el combate ascético y en la oración, aspirando siempre a las
       moradas más altas, sin contentarse con los grados ínfimos de la per-
       fección. La abnegación (tawácol),  el abandono en los brazos de la
       providencia, es la virtud cristiana de la santa conformidad del alma
       que, indiferente, todo lo resigna y deja a la voluntad de Dios, sin pre-
       ferir por sí ni  el bien ni  el mal de las criaturas. La humildad, final-
       mente, es para Abenarabi el ápice más sublime de la escala de la per-
       fección, que consiste en  el sincero reconocimiento interior del alma,
       que se tiene por esclava, por cosa  vil y despreciable a los ojos de
       Dios (1).
         Este cuadro, que por las exigencias inexcusables de todo compendio
       carece de la vida y de la luz que le dan los textos originales, no aho-
       rra al lector el recurso a las fuentes; pero basta, creemos, para vis-
       lumbrar en él los rasgos esenciales de la espiritualidad cristiana más
       auténtica, que es su modelo. Compáresele, efectivamente, con  el  re-
       sumen que Pourrat (2) nos ofrece de la enseñanza ascética de Jesús
       y de los apóstoles, y se advertirá cuán estrecho es el nexo que los une
       y cómo ambos coinciden en poner la esencia de la perfección en la re-
       nuncia a las cosas de este mundo por amor de Dios. Porque esta re-
       nuncia no es, como la de los estoicos, un fin en  sí, sino un medio o
       condición del amor divino, de la caridad.
          Dejando para su lugar oportuno el estudio de esta sublime morada
         (1)  Cfr. Mawaqui, 196; Tadbirat, 233.
         (2)  Pourrat,  op.  cit.,  I,  1-56.
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