Page 199 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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188      Parte  II. — Doctrina espiritual de Abenarabi
        so, usuales también en oriente, tales como el aplauso rítmico, el baile
        y el desgarramiento del hábito en el paroxismo del trance. Todas estas
        muestras externas de la devoción sensible, las que Abenarabi repudia
       y  las que calla, eran excrescencias sobreañadidas  al neto esquema
        cristiano, algo así como la hojarasca ornamental del barroco que oculta
        y deforma las severas líneas del sobrio estilo clásico. Para Abenarabi,
        como para los grandes maestros de la espiritualidad islámica y cris-
        tiana, lejos de ser síntomas de la unión transformante, son más bien
        prueba irrefragable de alejamiento de Dios. Aun en el caso excepcio-
        nal de la sinceridad del sujeto, revelan apego a los favores divinos,
        que no son Dios mismo. Y al estudiar las normas del discernimiento
        de espíritus, rotundamente afirmará que tamañas perturbaciones or-
        gánicas obedecen a tentación y aun a obsesión diabólica, más que a
        inspiración angélica o divina. Por eso insiste con monótona reiteración
       en  el veto de este ejercicio, respecto de los novicios y hasta respecto
        de los profesos que todavía no han alcanzado la meta de la perfección.
        Mientras el alma sensitiva no ha sido domeñada por  el espíritu, late
        siempre  el peligro de la sensualidad, que busca hambrienta su pasto
        en la devoción sensible, a expensas de la espiritual ansia de solo Dios,
        meta de la vida mística. Este principio básico de la espiritualidad cris-
        tiana, que prefiere la desolación y la aridez a las efusiones consola-
        doras del alma, es, como veremos oportunamente, un legado precioso
       del monacato oriental, que celosamente guardaron en el islam algunas
       órdenes, singularmente la de los xadilíes españoles, herederos en éste,
        como en tantos otros puntos, de Abenarabi y de su escuela. No sólo
        es reprobable todo ese aparato escénico de risibles ritos, sino hasta el
        simple uso de los poemas y de la música: la rítmica prosa del Alco-
        rán, recitada pausadamente, es siempre preferible para Abenarabi al
        verso erótico cantado, grávido de sugestiones libidinosas, difíciles de
        sortear, o propenso, cuando menos, a fomentar en  el alma  el apetito
        de la devoción sensible.
          Censuras mucho más vivas todavía le merece otra corruptela intro-
        ducida de reciente en este ejercicio religioso: la que se llama "el canto
       con testigo" (samáa bi-xáhid). A pesar de las reiteradas prohibiciones
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