Page 210 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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       primero de todo el proceso (1): su doble ayuda, iluminativa y motriz
       o estimulante, es imprescindible para todo acto, transitorio o perma-
       nente, de virtud. Estos actos engendran en  el alma estados psicoló-
       gicos (de esencia sobrenatural, puesto que son fruto de la gracia) los
       cuales son, como sus actos correspondientes, transitorios o accidenta-
       les y habituales o duraderos. El estado transitorio (hal) distingüese,
       pues, de la morada (macam), tan sólo en que el primero es pasajero
       y la segunda es permanente,  al modo que se diferencian entre sí  el
       acto y  el hábito de una virtud.
          Esta distinción no afecta en nada a la esencia mística de uno y
       otra: el estado y la morada consisten, psicológicamente, en un acto de
       convicción o fe viva, que engendra otro de anonadamiento del alma
       ante Dios,  el cual, a su vez, se transforma en otro de unión mística
       con El, cuyo fruto final es una iluminación del alma. La fe viva (ta-
       hácoc) es un vaciar el espíritu de toda preocupación o idea, ajena a
       las exigidas por el ejercicio de la respectiva virtud. El anonadamiento
       (tamáhoc) es un borrar de la conciencia toda idea que no sea Dios
       mismo. Si bien se mira, pues, la esencia del estado y de la morada se
       reduce a la pureza y rectitud de intención en la práctica de las virtu-
       des. Por eso Abenarabi insiste en afirmar que la prueba de la realidad
       de una morada es la posesión auténtica de la virtud correspondiente.
       Dios otorga las moradas  al alma, mediante las virtudes, aunque es
       libre para darle o no la gracia con la que estas virtudes se adquieren
       y sus actos se realizan. Entrar en una morada es hacer el alma un
       voto o contraer con Dios un compromiso de obrar con arreglo a las
       exigencias de la virtud propia o característica de aquella morada. Den-
       tro de cada morada caben todavía grados de perfección (manázil),
       correspondientes a los grados de la virtud respectiva.
          No enumera Abenarabi  al pormenor en sus opúsculos todas  las
       moradas. En el Fotuhat, en cambio, dedica a cada una capítulos ente-
       ros, de prosa enrevesada y apocalíptica, imposible de analizar con
       provecho para una clara y metódica explicación de su doctrina místi-

         (1)  Cfr. supra,  II.
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