Page 219 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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208       Parte  II. — Doctrina espiritual de A benarabi
        de signos misteriosos que aparecen en  él o en  el sujeto, o mediante
        voces, exteriores o interiores, que denuncian su ilicitud ritual.
          6. °  Carismas de la virtud de la castidad. Todos ellos son de natu-
                                                  el de
        raleza mística o alegórica. Así, el principal de estos carismas es
        la paternidad espiritual: el místico que por virtud se priva de los delei-
        tes sexuales anejos a la generación carnal, recibe de Dios como recom-
        pensa la facultad de engendrar místicamente hijos espirituales, pro-
        creando, como Dios, la vida de la gracia en las almas. Otro carisma,
        iluminativo, consiste en contemplar  la sublime generación metafísica
        de los seres del cosmos, es decir, la fecundación de la materia espiri-
        tual, principio femenino, por la palabra divina que es el principio mas-
        culino.
          7. °  Carismas de deambulación. Son tres externos y tres internos
        o iluminativos: andar sobre el agua, recorrer instantáneamente largas
        distancias y volar por el aire. Al primero corresponde, como carisma
        iluminativo, la penetración del misterio de la vida, sensible y cientí-
        fica. Al segundo, la revelación de las esencias y misteriosos fines de
        los miembros todos del cuerpo humano. Al tercero, la intuición de la
        esencia y operaciones de los ángeles.
          8. "  Carismas del corazón. Aunque cada miembro corpóreo tiene
       sus carismas específicos, según acabamos de ver, sin embargo, en  el
       corazón late la mina y el resorte inicial de todos ellos, ya que del co-
        razón nace la intención pura y recta, sin la cual no puede haber virtud.
       Esto no quita para que, además, existan carismas privativos del cora-
       zón, todos los cuales serán espirituales o internos, como las virtudes
       o moradas que con ellos se recompensan y cuya realidad atestiguan.
       Estas virtudes, de la más alta perfección, son tres: santa indiferencia
       y conformidad con los divinos decretos; familiaridad con Dios; unión
       con su voluntad. La serie de esos carismas, iluminativos todos ellos,
       es copiosa: prever los hechos futuros; ver en Dios la conciencia pasa-
       da, presente y futura del prójimo; ver las causas de los sucesos físi-
       cos, fastos y nefastos, que han de acaecer y pronosticarlos; ver las
       causas de los fenómenos psíquicos del propio sujeto, antes de que és-
       tos existan; discernir con certeza infalible si tal fenómeno de concien-
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