Page 222 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Los carismas no son la perfección  211
       cripción de los suyos propios. ¿Cómo conciliar  la austeridad severa
       de sus métodos ascéticos,  fiel trasunto del monacato cristiano orien-
       tal, con esta turbia sed de los místicos dones? Arduo empeño es el de
       penetrar en los redoblados pliegues de una conciencia. Armonizar la
       vida y la doctrina de un escritor con su íntima psicología, es tarea que
       escapa a menudo a las posibilidades de la crítica literaria, mucho más
       si el escritor es un místico y de las cualidades desconcertantes de Abe-
       narabi.
          Ciñéndonos tan sólo a este aspecto concreto de su doctrina caris-
       mática, es evidente, en efecto, que las perspectivas sospechosas que
       nos ofrecían los aludidos textos, atinentes a su vida personal y al me-
       dio en que se formó, quedan oscurecidas y hasta disipadas del todo,
       a la luz de otros textos doctrinales que neutralizan o al menos difumi-
       nan la ingrata impresión de aquéllos. Recordemos, en efecto, los del
       Mawaqui, Amr y Anwar, en que Abenarabi la desvanece con toda niti-
       dez (1), cuando asienta la afirmación rotunda de que los carismas no
       son signo infalible de perfección y ni siquiera condición indispensable
       de ella. Otórgalos, en efecto, Dios libérrimamente al que practica la
       virtud, como premio temporal de ésta; pero también, a menudo, los
       concede a quien no la practica sino imperfectamente. Y en tales casos,
       el carisma, lejos de ser recompensa y honor otorgados al alma, trans-
       fórmase en prueba a que Dios la somete para experimentar la since-
       ridad de su despego a las cosas de acá abajo y el arraigo de su hu-
       mildad. La rectitud moral, el cumplimiento estricto de los divinos pre-
       ceptos,  el ejercicio escrupuloso de los actos de virtud que cada mo-
       rada reclama: en esto consiste  la perfección mística; no en los ca-
       rismas.  Sin  ellos cabe,  pues,  la perfección; con  ellos, en cambio,
       nunca  es seguro que  la perfección  se  dé, puesto que también  los
       poseen, a veces, los imperfectos. Y avanzando todavía un paso más en
       esta dirección, Abenarabi llega a sostener que los carismas, como todo
       lo anormal y extraordinario, no constituyen la esencia de la verdadera
       perfección espiritual, y que los místicos sinceros son aquellos que guar-

         (1)  Mawaqui, 60, 77,  178. Cfr. Amr, 96,  114, 116; Anwar, 28.
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