Page 233 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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222       Parte  II. — Doctrina espiritual de Ab enarabi
       pués, los problemas filosóficos más abstrusos, así los de la cosmolo-
       gía como los de la ontología, se alumbran con meridiana luz; luego,
       al iluminado se  le hacen patentes los secretos de las arte liberales:
        lógica, retórica, estética; la vida de ultratumba con sus misterios apa-
        rece más tarde; por fin, la iluminación divina disipa las tinieblas que
        oscurecen los procesos místicos del éxtasis amoroso. En todos estos
        grados, como en los de la revelación, cabe una triple manera de cono-
        cimiento del misterio iluminado o revelado: sensible, imaginativa e in-
        telectual. Abenarabi, como los mystici majores de la Iglesia católica,
        da la primacía y la excelencia máxima a las intuiciones que consisten
        en puras ideas, desnudas de toda imagen, sensible o fantástica (1).
          La tercera forma que puede ofrecer la intuición mística, es la con-
        templación (moxáhada). Descorridos los velos que ocultan lo divino y
        alumbrada el alma con las luces de lo alto, ya no resta sino ver. La
        contemplación es por eso concebida como visión palmaria y experimen-
        tal. Tal es el valor semántico de la voz árabe moxáhada: conocimiento
        o aprehensión inmediata, cual la obtenida por el testigo ocular y pre-
        sencial. Los alejandrinos la llamaron asimismo: visión  ( déa  ). La na-
        turaleza del fenómeno es, pues, tan infusa y pasiva, o más aún, que
        la de las otras dos formas que la preceden:  si la revelación consistía
        en un descorrerse los velos que ocultan lo divino a los ojos del alma,
        y la iluminación en recibir ésta las luces del misterio, la contemplación
        no es ya, sino un reflejarse esas luces en el corazón, el cual, a la ma-
        nera del espejo, bruñido y terso por virtud de la oración mental, re-
        produce en su límpida superficie los esplendores de la divina luz (2).
          Abenarabi analiza luego los varios grados de la contemplación, sin
        perder jamás de vista el símbolo de las luces y el espejo, que la ejem-
        plifica: progresivamente van aquéllas apareciendo en la superficie de
        éste, primero, como fugaces relámpagos, con sus intermitencias carac-
        terísticas; luego, como astros; después, como luces difusas, ya azules,
        ya verdes, pero desnudas de figura; más tarde, como rayos solares,


          (1)  Anwar,  17-18. Cfr. Pinard, Etude comparée, op. cit,  I, 432.
          (2)  Tohfa,  12.
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