Page 254 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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El amor de Dios a la criatura  24:-',
       ración, que tampoco existe aún. Luego el objeto del amor es siempre
       algo que no existe, es decir, la nada, cuya realidad se apetece. Si, pues,
       de los dos únicos términos que hay en el amor,  el segundo es nada,
       sólo resta  el otro, a saber,  el amante. Una paradoja más sutil aún y
       desconcertadora se da en el amante espiritual, que no aspira más que
       a conformar su voluntad con la del amado, cuando éste rehuye la unión
       que aquél ansia: entonces, en efecto,  el amor concilia los contrarios,
       queriendo a la vez la unión y la separación respecto del amado (1).
          Dos son, para Abenarabi, las especies cardinales del amor: el físi-
       co, que sólo busca el bien del amante; y el espiritual, que sólo aspira
       al bien del amado. La respectiva posibilidad y existencia de ambas es-
       pecies está condicionada por la naturaleza del amado: cuando el aman-
       te ama a un ser incapaz de voluntad, su amor no cabe que sea más que
       físico, pues, careciendo  el amado de voluntad, no puede existir para
       él bien alguno; por eso, entonces  el amante buscará tan sólo, en  la
       unión con el amado, lograr su propio bien; en cambio, cuando el ama-
       do tenga voluntad, ya el amante puede aspirar con su amor, no al logro
       de su bien propio, sino a dar gusto al amado, conformándose con lo
       que la voluntad de éste estima como su bien (2).
          Descendiendo ahora de estas generalidades abstractas a su concre-
       ta aplicación teológica, Abenarabi sienta la tesis de que el amor se pre-
       dica de Dios con toda propiedad: cabalmente el origen de todo ser es
       el divino amor: la creación no es, en efecto, más que la consecuencia
       de un doble amor de Dios: porque amó ser conocido, se manifestó ad
       extra, para que su infinita perfección y hermosura pudiera ser admi-
       rada y amada de las criaturas. Dios, pues, nos ama por El; pero tam-
       bién por nosotros: por El, en el sentido dicho, ya que si nos creó, fué
       para que le conociésemos y amáramos; por nosotros, puesto que nos
       creó para que, amándole y sirviéndole, fuésemos eternamente felices.
       Une, por lo tanto, Dios en su amor, el físico, que busca su propio bien,
       y el espiritual, que busca  el bien de! amado. Del primero son lamen-

         (1)  Fotuhat,  II, 431, 445: Estas ideas son un eco  del Convite de Platón.
         (2)  Fotuhat,  II, 439, 441-442.
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