Page 256 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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El amor del hombre a Dios    245
       a vislumbrar la belleza infinita de Dios, espíritu puro, exento de for-
       mas. El amor espiritual que esa oscura visión engendra, no puede, por
       eso, provocar en el corazón del hombre las hondas y exaltadas emo-
       ciones, características del amor físico. La contemplación mística, su-
       perando y perfeccionando luego esa oscura intuición de la fe, eleva al
       alma a la noticia experimental de los atributos divinos que traducen
       la hermosura y la majestad de Dios, mediante las formas de las co-
       sas criadas que son rastros o huellas suyas. Entonces  el alma queda
       prendada de  la belleza espiritual de Dios, reflejada en  los seres, y
       ama a Dios en todas las cosas y a todas las cosas por Dios; pero
       ya con un amor mixto de espiritual y físico, capaz, por eso, de los
       más vivos e intensos afectos de la pasión (1).
         Esta pasión, sin embargo, es del todo espiritual, como su objeto
       último y trascendente: Dios. No nace de la concupiscencia, como  el
       amor exclusivamente físico, porque la muerte del apetito sensitivo coin-
       cide cabalmente con la aparición de aquel amor divino en  el corazón
       del hombre contemplativo. Absorto y engolfado en su contemplación,
       ya no siente, ni ve, ni oye, ni habla, ni piensa, ni recuerda, ni desea,
       ni imagina más que a su Amado. Tamaña absorción amorosa no se
       concibe, sino cuando el amado es Dios, porque a su imagen creado el
       amante, en El encuentra semejanza total con su propio ser, que en
       vano buscaría en las cosas criadas. Dios, además, está presente siem-
       pre al alma que lo contempla, y esta presencia continua mantiene e in-
       tensifica la total absorción, satisfaciendo  la pasión amorosa sin sa-
       ciarla jamás hasta la hartura, pues cuanto más contempla al Amado,
       más desea que se le manifieste a través de las infinitas formas bellas
       de las cosas criadas, sin excluir la belleza femenina (2).
         El amor sexual, despojado así de todo el grosero sensualismo de
       la carne, elévase a la más alta idealidad, para servir de noble símbolo
       del amor místico. Con audacia sublime, Abenarabi afirma que es Dios
       quien a todo amante se le manifiesta, bajo el velo de su amada, a la
       cual no adoraría  si en ella no se representase a la divinidad, pues  el
         (1)  Fotuhat,  II, 430, 434.
         (2)  Fotuhat,  II, 426;Tohfa,  4,  5,  6.
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