Page 255 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
P. 255
244 Parte II. — Doctrina espiritual de Abenarabi
tables testigos los condenados. Del segundo son fehaciente prueba los
beneficios que Dios nos hace, aun sabiendo que le somos ingratos:
todos ellos, beneficios de creación, conservación, revelación, vocación
a la fe, a la gracia y a la gloria, otórgalos Dios a sabiendas de que
no siempre ni para todos los hombres han de redundar en su servicio;
incluso las adversidades, penas y tribulaciones que nos envía son, en
este mundo y aun en el otro, pruebas, al par que beneficios, de su mi-
sericordioso amor, para que al fin se salven todos los hombres o, cuan-
do menos, se dulcifiquen los tormentos del infierno. Es, pues, el amor
atributo tan propio de Dios, que es eterno como El: antes de que exis-
tieran los seres, ya los amaba, y porque los amaba los creó; después
que dejan de ser, todavía los ama durante la eternidad sin fin (1).
Pero ¿cómo puede ser atributo de Dios, que es espíritu, el amor fí-
sico, propio de los seres humanos que tienen cuerpo? Abenarabi sortea
este escollo del antropomorfismo, acogiéndose a ciertos textos revela-
dos, eco de la doctrina evangélica, en los cuales Dios declara que de-
sea y anhela salir al encuentro de quienes ansian encontrarle, y se re-
gocija y llena de alegría por la penitencia de sus siervos, más que el
pastor cuando topa con el camello que se le ha perdido. Ahora bien,
tales emociones—deseo, ansia, regocijo—son síntomas inconfundibles
del amor físico, del que implica satisfacción en el amante. Mucho más
tratándose de un ser que, como Dios, es infinitamente rico y omnipo-
tente,que para nada necesita de sus criaturas (2).
Secuela simétrica del amor de Dios al hombre es el amor del hom-
bre a Dios. Creado, como todos los seres, por amor, en el fondo de
su esencia late siempre la inclinación amorosa hacia Dios, que es su
fin, como fué su principio. Pero también aquí caben dos especies de
amor: físico y espiritual. El primero tiene por objeto a Dios como be-
nefactor, y por eso tiende como fin al bien del hombre mismo. El se-
gundo, en cambio, cifra en solo Dios, conocido por la revelación, el
blanco de sus ansias. Mas este conocimiento de fe no alcanza más que
(1) Fotuhat, II, 426, 432, 437.
(2) Fotuhat, II, 441-442.