Page 67 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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62             Parte  I.- —  Vida de Abenarabi
         "Esta es la opinión que Abulcásim b. Casi defiende en su libro titulado ¡al
       al-nalain,  el cual libro estudiamos nosotros, bajo  el magisterio de un hijo del
       autor, en Túnez,  el año 590 (1)."

          Durante su permanencia en Túnez, una nueva aparición del Jádir
       vino a fortalecer su devoción a este mítico profeta. Era una noche
       de plenilunio y Abenarabi descansaba de sus estudios y ejercicios de-
       votos en el camarote de un barco anclado en el puerto. Un dolor agu-
       do en  el vientre le obligó a subir a cubierta. La tripulación dormía.
        Aproximóse a las bordas y al extender la mirada por el mar, divisó
        a lo lejos un ser humano que caminaba sobre las olas en dirección
       al barco. Una vez cerca de éste, levantó uno de sus pies apoyándose
        sobre el otro y se lo mostró completamente seco a Abenarabi. Hizo
       después lo propio con el otro pie, dirigióle contadas frases y empren-
        dió de nuevo su marcha sobre el agua, dirigiéndose a una cueva si-
        tuada en un monte de la costa, a dos millas del puerto. En dos o tres
        pasos salvó esta distancia, y Abenarabi, lleno de estupor, comenzó
        entonces a oír su voz, que entonaba las alabanzas divinas desde  el
       fondo de aquella cueva. A la mañana siguiente, al entrar Abenarabi a
        la ciudad, tropezóse con un desconocido que  le abordó diciéndole:
       "¿Qué tal pasaste la noche con  el Jádir en  el barco?"  (2).

         "En otra ocasión me sucedió que, estando en la cámara de un barco en  el
        mar, dentro del puerto de Túnez, me entró de repente un dolor de tripas. La
        tripulación dormía. Me levanté y me acerqué a las bordas del barco; pero  al
        dirigir mi vista hacia  el mar distinguí a  lo  lejos, a la luz de  la luna (pues
        era noche de plenilunio), a una persona que venía andando sobre las aguas
       del mar, hasta que llegó a mí y, deteniéndose entonces a mi lado, levantó uno
        de sus  pies, apoyándose en  el  otro. Vi perfectamente la planta de su pie y
       no había en ella ni señal de mojadura. Apoyóse después sobre aquel pie y  le-
       vantó  el otro, que estaba igualmente seco. Luego conversó conmigo en  el len-
        guaje propio de  él y saludándome se marchó para dirigirse a  la cueva que
        estaba en un monte a la orilla del mar, distante del barco más de dos millas.

         (1)  Fotuhat,  IV,  165. Sobre Abencasi, su vida  e ideas,  cfr. Asín, Aben-
        masarra, páginas  109-110. Cfr. Fotuhat,  I,  176, 388, 407;  III,  8,  9,  31, 465;
        IV, 164.
         (2)  Fotuhat,  I, 241.
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