Page 68 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Segunda aparición del J ádir 63
Esta distancia la salvó en dos o tres pasos. Yo oí su voz que cantaba las ala-
banzas del Señor desde el interior de la cueva. Quizá se marchó luego a visi-
tar a nuestro maestro de espíritu Charrah b. Jamís el Cataní, que era uno de
los más grandes sufíes, que vivia solitario y consagrado al servicio de Dios
en Marsa Abdún, adonde yo había estado visitándole el día anterior a aquella
noche misma. Cuando al día siguiente me fui a la ciudad de Túnez, encontré-
me con un hombre santo que me preguntó: "¿Cómo te fué, la noche pasada,
en el barco con el Jádir? ¿Qué es lo que te dijo y qué le dijiste tú?"
Otro de los propósitos que debió tener cuando se dirigió a Túnez
esta primera vez, fué el visitar a un gran santo safi, Abumohámed
Abdelaziz, a quien volvió a visitar ocho años después, como diremos
más adelante. En el mismo año de 590 (1193 de J. C.) abandona a
Túnez, con el propósito de marchar por la costa a Sevilla. Ignoramos
los motivos de este viaje, pero no es inverosímil que en su decisión
influyera bastante el estado de intranquilidad que reinaba en aquella
parte oriental del Norte de Africa, teatro de una guerra sin cuartel
entre los almohades y los Beni Gánia de Mallorca. Al pasar por Tre-
mecén detúvose para visitar los sepulcros de algunos santos ascetas
que, en el barrio llamado Alobad, en las afueras de la ciudad, eran
objeto de veneración. Uno de ellos era el sepulcro de su tío Aben
Yogán, el rey asceta. Allí también, seis años más tarde, había de ser
enterrado Abumedín, el maestro de Abenarabi en Bugia (1). No olvi-
daba éste los méritos y virtudes del famoso taumaturgo a quien tanto
amaba. Por eso, al saber que uno de los discípulos de Abumedín an-
daba por Tremecén censurando a su maestro, Abenarabi concibió
contra él un odio violento. Resurgían, pues, en su corazón las pasiones
de su disipada adolescencia, aunque disimuladas bajo apariencias de
virtud. Un sueño en que el Profeta le hizo ver este sofisma diabólico,
fué para Abenarabi aviso saludable y, a la mañana siguiente, para
curar radicalmente su odio hacia aquella persona, fué a ofrecerle un
(1) Mohadara, II, 51. Abenarabi repite aquí la ejemplar historia de su tío
Aben Yogán, el rey asceta de Tremecén, casi con las mismas palabras que en
Fotuhat, II, 23, y termina añadiendo: "Yo he estado visitando la tumba de am-
bos [su tío y el maestro de espíritu de éste] y la del xeij Abumedín, en Alobad,
en las afueras de Tremecén."