Page 75 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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70 Parte I. — Vida de Abenarabi
cuencia venia a verme y me amaba mucho) volvióse hacia mi y me dijo: "Di
lo que Dios te ha mostrado de él, pero no des el nombre de esa persona que
en el rapto extático te ha sido señalada individualmente." Y al decir esto, se
sonrió añadiendo: "¡Dios sea loado!" Comencé yo, pues, a referir a la tertulia
lo que Dios habíame revelado acerca de aquel hombre, y los oyentes quedaron
maravillados, aunque no di su nombre ni sus señas personales. Continuó des-
pués la reunión, que fué de las más agradables, en compañía de aquellos ex-
celentes amigos, hasta media tarde, sin darles a entender que aquel hombre
era el cótob a que me había referido. Cuando la reunión se hubo disuelto, vino
a mí aquel cótob y me dijo: "¡Dios te ¡o pague! ¡Qué bien has hecho al no dar
el nombre de la persona que Dios te mostró! ¡Quédate en paz y que la mise-
ricordia de Dios y su bendición sea contigo!" Aquel saludo lo fué para mí de
despedida, aunque de ello entonces no me di cuenta. Ya no volví a verlo más
en la ciudad, desde entonces hasta hoy."
El experimentado criterio de Abenarabi decidía allí sin apelación
en las cuestiones teóricas, y alguna vez también se le oyó, sin pro-
testas, tachar de iluso y visionario a un maestro eximio que se gloria-
ba de haber visto y hablado a los espíritus durante el éxtasis que apa-
rentaba sufrir (1 ).
"Yo vi en la ciudad de Fez a un grupo de esos místicos a quienes los genios
les hacen ver imaginariamente figuras de personas y les hablan lo que quieren
para tentarlos, sin que realmente sean los genios mismos los que se les apa-
recen ni tampoco los fantasmas de los genios. Uno de estos místicos era Abu-
labás Adacac, que vivía en la ciudad de Fez. Equivocábase a menudo en esta
materia, pues se imaginaba que los espíritus le dirigían la palabra, y lo ase-
guraba como cosa cierta. La causa de su error era que ignoraba cuál es el
tono de voz de los espíritus. Cundo se sentaba a mi lado para asistir a mis
conferencias, quedábase de repente extático, y después me describía lo que
había visto. Yo me daba buena cuenta de que era una ilusión fantástica. Pero
en esto llegaba hasta el extremo de conversar con ellos, tratándolos como ami-
gos y hasta bromeando con ellos. A las veces, surgía una acalorada disputa
sobre cualquier cuestión, en la cual contradecía al espíritu que creía estar vien-
do. Otras veces los genios le molestaban por otro cualquier procedimiento, y
él creía que aquellas figuras de personas que se le aparecían eran las que le
habían hecho realmente el daño, y no los genios. Abulabás Adahán y todos
nuestros discípulos se daban perfecta cuenta de su ilusión, porque quien conoce
bien el tono de voz de los genios, no se equivoca ni se deja engañar por las
apariencias de las figuras fantásticas. Lo que hay es que como son pocos los
(1) Fotuhat, II, 821.