Page 77 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
P. 77

7i>           Parte  1. — Vida de Abenarabi
        cuencia venia a verme y me amaba mucho) volvióse hacia mi y me dijo: "Di
        lo que Dios te ha mostrado de  él, pero no des  el nombre de esa persona que
        en  el rapto extático te ha sido señalada individualmente." Y  al decir esto, se
        sonrió añadiendo: "¡Dios sea loado!" Comencé yo, pues, a referir a la tertulia
        lo que Dios habíame revelado acerca de aquel hombre, y los oyentes quedaron
        maravillados, aunque no  di su nombre  ni sus señas personales. Continuó des-
        pués la reunión, que fué de las más agradables, en compañía de aquellos ex-
        celentes amigos, hasta media tarde,  sin darles a entender que aquel hombre
        era el cótob a que me había referido. Cuando la r-unión se hubo disuelto, vino
        a mí aquel cótob y me dijo: "¡Dios te ¡o pague! ¡Qué bien has hecho al no dar
        el nombre de la persona que Dios te mostró! ¡Quédate en paz y que la mise-
        ricordia de Dios y su bendición sea contigo!" Aquel saludo lo fué para mí de
        despedida, aunque de ello entonces no me  di cuenta. Ya no volví a verlo más
        en  la ciudad, desde entonces hasta hoy."
          El experimentado criterio de Abenarabi decidía  allí sin apelación
        en las cuestiones teóricas, y alguna vez también se le oyó, sin pro-
        testas, tachar de iluso y visionario a un maestro eximio que se gloria-
        ba de haber visto y hablado a los espíritus durante el éxtasis que apa-
        rentaba sufrir (1 ).
          "Yo vi en la ciudad de Fez a un grupo de esos místicos a quienes los genios
        les hacen ver imaginariamente figuras de personas y les hablan lo que quieren
        para tentarlos, sin que realmente sean los genios mismos los que se les apa-
        recen ni tampoco los fantasmas de los genios. Uno de estos místicos era Abu-
        labás Adacac, que vivía en la ciudad de Fez. Equivocábase a menudo en esta
        materia, pues se imaginaba que los espíritus  le dirigían la palabra, y lo ase-
        guraba como cosa cierta. La causa de su error era que ignoraba cuál es  el
        tono de voz de los espíritus. Cundo se sentaba a mi lado para asistir a mis
        conferencias, quedábase de repente  extático, y después me describía  lo que
        había visto. Yo me daba buena cuenta de que era una ilusión fantástica. Pero
        en esto llegaba hasta  el extremo de conversar con ellos, tratándolos como ami-
        gos y hasta bromeando con  ellos. A las veces, surgía una acalorada disputa
        sobre cualquier cuestión, en la cual contradecía al espíritu que creía estar vien-
        do. Otras veces los genios  le molestaban por otro cualquier procedimiento,  y
        él creía que aquellas figuras de personas que se le aparecían eran las que  le
        habían hecho realmente  el daño, y no los genios. Abulabás Adahán y todos
        nuestros discípulos se daban perfecta cuenta de su ilusión, porque quien conoce
        bien  el tono de voz de los genios, no se equivoca  ni se deja engañar por las
        apariencias de las figuras fantásticas. Lo que hay es que como son pocos los
             Fotuhat,
          (1)     II, 821.
   72   73   74   75   76   77   78   79   80   81   82