Page 93 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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86            Parte  I. — Vida de Abenarabi
        albán. Habitaba en un huerto que poseía en las afueras de Mosul. El Jádir  le
        había impuesto  el hábito a presencia de Cadib albán. Y en  el mismo lugar de
        su huerto en que  el Jádir le había dado  la investidura, me  la dió luego  él a
        mí, y con idénticas ceremonias con que aquél se la dió... Desde aquella fecha
        comencé ya a tratar de la investidura del hábito y a darla a las gentes, al ver
        el aprecio que  el Jádir hacía de este rito. Antes de esa época, yo no hablaba
        del hábito que ahora es tan conocido. El hábito  es, en efecto, para nosotros
        únicamente un símbolo de la hermandad o confraternidad, de educación espiri-
        tual, de adquisición (por imitación) de unas mismas cualidades o hábitos mo-
        rales... Cuando los maestros de espíritu ven que uno de sus discípulos es im-
        perfecto en una determinada virtud y desean perfeccionarle transmitiéndole  el
        estado de perfección que ellos ya poseen,  el maestro procura identificar con  él
        a su discípulo, y para ello toma su propio hábito, es decir,  el que lleva puesto
        en aquel momento en que posee aquel estado espiritual,  y, despojándose de  él,
        se lo pone al discípulo y le da un abrazo, con lo cual le comunica  el grado de
        perfección espiritual que  le faltaba. Este es  el rito de la investidura, conocido
        entre nosotros por tradición de nuestros más verídicos maestros de espíritu."
          El año 603 (1206 de  J. C.) había abandonado ya aquellas tierras
        de Mesopotamia, trasladándose a Egipto. Una turba de sufíes, amigos
        y compatriotas de Abenarabi, hacían vida común en una casa de la
        calle llamada de los Candiles, en el Cairo. A ellos se agregó Abenara-
       bi, y en su compañía pasaba las noches entregado a las prácticas su-
       fíes y realizando milagros estupendos.  Cierta noche, reunida toda
        aquella turba en una habitación absolutamente oscura, advirtieron to-
        dos con gran sorpresa que sus propios cuerpos emitían vivos rayos
       de luz que disipaban las tinieblas circundantes. De repente aparécese
       a Abenarabi un ser humano de bellísimo aspecto, que con las más her-
       mosas palabras le comunica de parte de Dios doctrinas sobre la unión
       mística, cuyo sentido esotérico era evidentemente panteísta  (1).
         "Pasaba yo una vez la noche en compañía de un grupo de santos devotos
       en la calle de los Candiles, en  el Cairo. Entre mis compañeros estaban: Abul-
       abás el Jarraz,  el imam; su hermano Mohámed  el Jayat; Abdala  el de Morón;
       Mohámed  el Haximí  el Yaxcorí, y Mohámed  b. Abilfádal. De pronto mi per-
       sona se hizo visible, a pesar de que estábamos en un cuarto muy oscuro y sin
       otra luz que la que de nuestros cuerpos emanaba: los resplandores que emitía-
         (1)  Mohadara,  II, 24. Cfr. Risalat al-cods §  9,  10,  14.
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