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—¡Oh cielos! En los tiempos heroicos este suceso habría valido
para que te armaran caballero... —exclamó la señora. —
Estarnos vencidos... Tan capaz sería Heathcliff ahora de alzar
un dedo contra ti, como un rey de enviar su ejército contra una
madriguera de ratones. Levántate, hombre, que nadie te va a
lastimar... No; no eres un cordero, sino una liebre...
—¡Disfruta en paz de este cobarde que tiene la sangre de
horchata! — dijo su amigo. —Te felicito por la elección. ¿De
modo que me dejaste por un pobre diablo como éste? No le
daré de bofetadas, pero me complacerá asestarle un puntapié.
Y ¿qué hacer? ¿Está llorando o se ha desmayado?
Se acercó a Linton y empujó la silla en que éste estaba sentado.
Hubiese hecho mejor en mantenerse a distancia. Mi amo se
levantó y le asestó en plena garganta un golpe capaz de
derribar al hombre más vigoroso. Durante un minuto Heathcliff
quedó sin aliento. El señor Linton, entretanto, salió al patio por
la puerta de escape y se dirigió hacia la entrada principal.
—¿Ves? ¡Se acabaron tus visitas! —gritó Catalina. —¡Vete
inmediatamente! Eduardo volverá con dos pistolas y media
docena de criados. Si nos ha oído, no nos perdonará jamás.
¡Qué mala pasada me has jugado, Heathcliff! Vete, vete. No
quiero verte en la situación en que ha estado Eduardo antes.
—¿Crees que voy a tragarme el golpe que me ha dado? —rugió
él. —¡No, en nombre del diablo! Antes de salir le machacaré
como a un perro... ¡si no le aplasto ahora contra el suelo tendré
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