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que acabar matándole...! Así que si aprecias en algo su
existencia, déjame esperarle.
—Él no vendrá —dije, no dudando en arriesgar una inexactitud.
—Allí vienen el cochero y los dos jardineros con sendos garrotes.
¡Supongo que no le agradará a usted que le arrojen
violentamente de la casa! El amo, probablemente, se limitará a
ver desde las ventanas del salón cómo se cumplen sus órdenes.
El cochero y los jardineros estaban, en efecto, allí; pero Linton
los acompañaba. Ya habían entrado en el patio.
Heathcliff meditó un momento, y le pareció mejor evitar una
lucha contra tres criados. Cogió el atizador de la lumbre, saltó
la cerradura de la puerta y se escapó por un lado mientras los
demás entraban por otro.
La señora, presa de una gran excitación, me pidió que la
acompañara a su aposento. Desconocía mi intervención en lo
sucedido y procuré que se mantuviera en su ignorancia.
—Estoy fuera de mí, Elena —exclamó, dejándose caer en el sofá.
—Parece que están golpeándome la cabeza mil martillos de
herrería. Que Isabel no aparezca ante mi vista, porque ella es la
culpable de todo. Cuando veas a Eduardo dile que estoy a
punto de enfermar gravemente. ¡Así sea verdad! ¡No sabes lo
angustiada que me siento! Si viene, me insultará. Yo le
responderé, y no sé adónde iríamos a parar. Hazlo, Elena. Tú
sabes que no he obrado mal en todo este asunto. ¿Qué espíritu
pérfido incitó a Eduardo a escuchar en la puerta? Es verdad
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