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que, después de que tú saliste, Heathcliff habló de un modo
injurioso; pero yo hubiera logrado quitarle de la cabeza la idea
de lo de Isabel, y no hubiera pasado nada. Todo se ha
estropeado por esa obsesión de oír hablar mal de sí mismas,
que constituye la manía de ciertas personas. Si Eduardo no
hubiese oído lo que hablábamos, ¿le hubiese sucedido algo
malo por ello? Después de que me soltó aquella rociada,
cuando yo acababa de reñir con Heathcliff por él, ya no me
importaba nada lo que pasase entre ellos, puesto que,
sucediera lo que sucediera, quedaríamos distanciados durante
mucho tiempo. Ya que no puedo seguir teniendo por amigo a
Heathcliff, y ya que Eduardo no deja de ser celoso, procuraré
desgarrarles el corazón a los dos desgarrando el mío propio.
¡Así acabaremos antes! Pero eso sólo lo haré en caso extremo, y
no quiero que a Linton le coja de sorpresa. Hasta ahora ha
procedido con discreción y ha procurado no provocarme. Hazle
comprender que sería peligroso abandonar esa línea de
conducta. Recuérdale la violencia de mi carácter. ¡Si
consiguieras que desapareciese esa expresión de frialdad que
tiene en el semblante y lograras que me tratase mejor!
Sin duda debió de ser exasperante para la señora la serena
indiferencia con que recibí instrucciones. Yo presumí que una
persona que podía especular de antemano sobre el giro que
daría a sus arrebatos de ira, podría, de proponérselo, dominar
también esos arrebatos. Y no me pareció ser yo la llamada a
multiplicar los disgustos de su marido mediante aquella especie
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