Page 167 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 167
—Quisiera morirme —decía. No le importo nada a nadie. No
debía haber tomado eso —y agregó—: No; no quiero morir. Él
no me ama y me olvidaría.
—¿Desea algo, la señora? —pregunté, sin hacer caso de sus
exageraciones.
—¿Qué hace mi flemático marido? —repuso ella, apartándose
del rostro, que se le había demacrado mucho en aquellos días,
sus enmarañados cabellos.
—¿Se ha muerto, o está aletargado?
—Ni lo uno ni lo otro, señora. Está bien, aunque al parecer algo
ocupado, ya que se pasa el día entre los libros desde que no
tiene otra compañía.
Si yo hubiese sabido el estado en que Catalina se encontraba
realmente, no le hubiese hablado en aquella forma; pero creí
que fingía su estado anormal.
—¡De modo que entre sus libros —gritó—, mientras yo estoy al
borde del sepulcro! Pero, ¡Dios mío!, ¿no sabe lo mal que me
encuentro? —y, mirándose a un espejo, añadió— ¿Es ésta
Catalina Linton? Quizá él crea que se trata de algún disgusto
sin importancia. Debes decirle que es algo muy grave. Mira: si
no es tarde para todo, una vez que yo sepa cuáles son sus
sentimientos hacia mí, he de adoptar una de estas dos
soluciones: o dejarme morir, o procurar restablecerme y
marcharme. ¿Me has dicho la verdad? ¿Es cierto que no se
preocupa de mí?
167