Page 169 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 169
invierno y el viento nordeste soplaba entonces con mucha
fuerza.
Pero la expresión de su cara y sus bruscos cambios de tono me
alarmaron mucho. Recordé las indicaciones del doctor respecto
a que no debíamos contrariarla. Un minuto antes estaba
furiosa, y, en cambio, ahora, sin darse cuenta de que no le
había hecho caso, se había apoyado sobre mi brazo y se
entretenía en sacar las plumas de la almohada por los
desgarrones que había hecho con los dientes. Colocaba las
plumas sobre la sábana y las reunía con arreglo a sus diferentes
clases.
—Esta es de pavo —murmuraba para sí—, y esta de pato
salvaje, y esta de pichón. ¡Claro, cómo voy a morirme si me
ponen plumas de pichón en las almohadas! Pero cuando me
acueste, las tiraré. Esta es de cerceta, y esta de ave fría. La
reconocería entre mil; este pájaro solía revolotear sobre
nuestras cabezas cuando íbamos a través de los pantanos.
Buscaba su nido porque las nubes bajas le hacían presentir la
lluvia. Esta pluma ha sido cogida en los matorrales. En invierno
encontramos una vez su nido lleno de pequeños esqueletos.
Heathcliff había puesto junto a él una trampa, y los pájaros
padres no se atrevieron a entrar. Desde entonces le hice
prometer que no volvería a matar ninguna ave fría, y me
obedeció. ¡Hay más! ¿Habrá disparado sobre mis aves frías,
Elena? ¿No están manchadas de sangre algunas de estas
plumas? Déjame que lo vea...
169