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maquinando, sin duda, perversos planes, y yo los abandoné y

                  me fui a buscar al amo. Éste estaba extrañado de no ver a su

                  mujer.



                  —¿Has visto a la señora? —me preguntó.


                  —Está en la cocina, señor —respondí. —Está enfadada por la

                  conducta que observa el señor Heathcliff, y, si me quiere usted

                  hacer caso, creo que convendría poner coto a sus visitas. A


                  veces es peligroso ser demasiado bueno…


                  Le relaté la escena del patio y la disputa que se había

                  producido a continuación, tan exactamente como me lo


                  permitió mi atrevimiento. Pensaba que no causaría mucho

                  perjuicio a la señora, a no ser que ella misma se empeñase en

                  causárselo tomando la defensa del intruso. El señor Linton tuvo

                  que contenerse mucho para oírme hasta el fin. Y sus frases


                  indicaban claramente que no dejaba por un momento de

                  achacar a su mujer toda la culpa de lo ocurrido.


                  —¡Esto es intolerable! —exclamó. —¡Es ignominioso que le tenga


                  por amigo y que me obligue a aceptar su trato! Llama a dos de

                  los criados. Catalina no continuará discutiendo con ese rufián.

                  ¡Ya he sido demasiado condescendiente!



                  Mandó a los sirvientes que esperasen en el pasillo, y, seguido

                  por mí, se dirigió a la cocina. La señora, en aquel instante,

                  hablaba acaloradamente. Heathcliff estaba junto a la ventana,

                  algo acobardado, al parecer, por los reproches de Catalina. Fue










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