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—Entonces, ¿el cura no te enseña a leer y escribir?
—No. Han dicho que le partirían la cabeza si entrara por la
puerta.
¡Heathcliff lo ha jurado!
Le di la naranja y encargué que dijera a su padre que una mujer
llamada Elena Dean quería verle. Se dirigió a la casa por el
sendero; pero en lugar de Hindley salió Heathcliff. Al verle, eché
a correr como si hubiera visto a un fantasma. Esto no tiene
relación con el asunto de la señorita Isabel más que porque
influyó para que yo redoblara mis precauciones y procurara
que el influjo pernicioso de aquel hombre no se extendiera a la
Granja, lo cual me costó, por cierto, una disputa con la señora
Linton.
El primer día que Heathcliff volvió a casa, la señorita Isabel
estaba en el corral dando de comer a las palomas. Hacía tres
días que no hablaba con su cuñada, pero había prescindido
también de sus protestas, con gran contento de todos.
Heathcliff, generalmente, no decía a Isabel ni una palabra
superflua; pero esta vez, después de lanzar una ojeada a la
casa —yo estaba en la ventana de la cocina, pero me retiré
para que no me viera, se acercó a ella y le habló. La joven
estaba turbada y parecía ansiosa de alejarse, pero él la retuvo
por el brazo. Isabel separó la cara. Él le hizo una pregunta a la
que la señorita no quería contestar, al parecer. Él volvió a mirar
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