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comarca. No sé de qué murió, pero creo que los dos de lo
mismo: una especie de fiebre lenta, que en un momento dado
consumía las energías rápidamente. Así que llegó un momento
en que escribió a su hermano para advertirle del probable
desenlace funesto a que la abocaba una enferme—dad que
venía padeciendo desde cuatro meses atrás, y le rogaba que
fuese a verla, ya que tenían que arreglar muchas cosas y
deseaba entregarle a Linton antes de morir. Esperaba que
Heathcliff dejase a Linton a cargo de su hermano como le
habían dejado a cargo de ella, y le alegraba la convicción que
albergaba de que su padre no deseaba ocuparse del niño. El
amo se apresuró a cumplir su deseo. Al irse dejó a Cati a mi
custodia, recomendándome mucho que no la dejase salir del
parque ni siquiera conmigo. No pasaba por su cerebro la idea
de que sola pudiese andar por parte alguna.
Tres semanas estuvo fuera. La niña, al principio, pasaba su
tiempo en un rincón de la biblioteca, y tan triste que no jugaba
ni leía. Pero a esta tranquilidad sucedió una etapa de inquietud.
Y como yo estaba ya algo madura y muy ocupada en mis
quehaceres, encontré un medio de que se divirtiese, sin que me
molestase. Le enviaba a pasear por la finca, a caballo o a pie, y
cuando volvía escuchaba pacientemente el relato de sus reales
o imaginarias aventuras.
Empezó el verano, y tanto se aficionó Cati a aquellas solitarias
excursiones, que muchas veces salía después de desayunar y
no volvía hasta la hora de la cena. Luego entretenía la velada
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