Page 260 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 260

que avisté Cumbres Borrascosas. Y como Penniston dista dos

                  kilómetros de la casa de Heathcliff, y seis de la Granja, empecé

                  a temer que la noche caería antes de que yo llegase al risco.



                  «A lo mejor ha resbalado trepando por las rocas — imaginé— y

                  se ha matado o se ha roto un hueso»


                  Mi ansiedad disminuyó algo cuando, al pasar junto a las

                  Cumbres, distinguí a Carlitos, el más fiero de los perros que


                  acompañaban a Cati, tendido bajo la ventana, con la cabeza

                  tumefacta y sangrando por una oreja. Me dirigí a la puerta y

                  llamé fuertemente. Una mujer que yo conocía de Gimmerton y


                  que había ido a las Cumbres como sirvienta al morir Earnshaw,

                  me abrió:


                  —¿Viene usted a buscar a la señorita? —dijo. —Está aquí y no le

                  ha pasado nada. Pero me alegro de que el amo no haya venido.



                  —¿Así que no está en casa? —dije, casi sin poder respirar por la

                  fatiga de la carrera y por la inquietud que sentía un momento

                  antes.



                  —Él y José están fuera —repuso— y volverán dentro de una

                  hora poco más o menos. Pase y descansará usted.


                  Entré y vi a mi oveja descarriada sentada junto al hogar en una

                  sillita que había pertenecido a su madre cuando era niña. Había


                  colgado su sombrero en la pared, y al parecer estaba a sus

                  anchas. Reía y hablaba animadamente con Hareton —que era

                  entonces un arrogante mozo de dieciocho años—, y él la miraba









                                                          260
   255   256   257   258   259   260   261   262   263   264   265