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Hareton se preocupó muy poco de la amenaza. Cati se volvió a
la mujer.
—Tráigame la jaca —dijo— y suelte a mi perro inmediatamente.
—No hay que tener tantos humos, señorita —repuso la criada. —
No perdería usted nada con ser más atenta.
Yo no soy sirvienta suya, y el señor Hareton, aunque no sea hijo
del amo, es primo de usted.
—¡Mi primo! —exclamó desdeñosamente Cati.
—Sí, su primo.
—¿Cómo les permites decir esas cosas, Elena? —me interpeló
Cati. —A mi primo ha ido a buscarle a Londres papá. ¡Vaya!
¡Este mi primo! —exclamó, disgustada ante la idea de que
pudiese ser primo suyo semejante patán.
—Uno puede tener muchos primos de todas clases, señorita —
contesté yo
—, y no valer menos por ello. Con no buscar su compañía, si no
le agrada, está resuelto todo.
—No, Elena; no puede ser mi primo —insistió la joven. Y, como si
tal idea la asustase, se refugió en mis brazos.
Yo estaba muy disgustada contra ella y contra la criada por lo
que mutuamente se habían descubierto. Comprendía que
Heathcliff sería enseguida informado del regreso de Linton con
el hijo de Isabel y comprendía también que la joven no dejaría
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