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Cuando Hareton juraba, José no le respondía. Se diría que le
complacía verle seguir el mal camino. Creía que su alma estaba
condenada; pero el pensar que Heathcliff ten—dría que
responder de ello ante el tribunal divino, le consolaba. Había
infundido al joven el orgullo de su nombre y de su alcurnia. Y le
hubiera gustado despertar en él un vivo odio hacia Heathcliff;
pero se lo impedía el temor que sentía hacia éste, por lo cual se
limitaba a dirigirle vagas amenazas proferidas entre gruñidos.
No es que yo crea estar bien informada de cómo se vivía
entonces en Cumbres Borrascosas, ya que hablo de oídas. Los
colonos aseguraban que el señor Heathcliff era más cruel y
duro para sus arrendatarios que todos los amos anteriores;
pero la casa ahora, administrada por una mujer, tenía cierto
aspecto, y las orgías de los tiempos de Hindley habían dejado
de celebrarse. El nuevo amo era harto lúgubre para gustar de
compañía alguna, ni buena ni mala, y ha seguido siendo igual
hasta ahora.
En fin: con todo esto no adelanto nada en mi historia. La
señorita Cati rechazó el regalo del cachorro y pidió sus perros.
Ambos aparecieron renqueando, y las dos, muy mohínas, nos
volvimos a casa. No pude obtener de la joven otra explicación
de sus andanzas sino que se había dirigido a la peña de
Penniston, como yo supuse, y que al pasar junto a Cumbres
Borrascosas había sido atacado su perruno cortejo por los
canes de Hareton. El combate duró bastante, hasta que sus
amos respectivos lograron imponerse.
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