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El coche se paró, despertó el muchacho y su tío le cogió y le

                  bajó a tierra.


                  —Mira a tu prima Cati, Linton —le dijo, haciéndoles darse la


                  mano. —Te quiere mucho, así que procura no disgustarla

                  llorando, ¿eh? Ponte alegre; el viaje se ha acabado y no tienes

                  que hacer más que pasarlo bien y divertirte.


                  —Entonces, déjame ir a acostar —contestó el niño, soltando la


                  mano de Cati y llevándosela a los ojos, donde asomaban

                  algunas lágrimas.


                  —Vaya, hay que ser un niño bueno —murmuré yo, mientras le


                  conducía adentro. —Va usted a hacer que llore su primita. Mire

                  qué triste se ha puesto viéndole llorar.


                  Sería por él o no, pero su prima había puesto efectivamente una


                  expresión muy triste también. Subieron los tres a la biblioteca y

                  se sirvió el té. Yo quité a Linton el abrigo y la gorra. Le senté en

                  una silla, pero en cuanto estuvo sentado empezó a llorar otra

                  vez. El señor le preguntó qué le pasaba.



                  —Estoy mal en esta silla —repuso el muchacho.


                  —Pues siéntate en el sofá y Elena te llevará allí el té —repuso

                  pacientemente el señor.



                  Yo comprendí que su buen carácter había sido puesto a prueba

                  durante el viaje. Linton se dirigió al sofá. Cati se sentó a su lado

                  en un taburete, sosteniendo la taza en la mano. Al principio

                  guardó silencio, pero luego empezó a hacer caricias a su








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