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—El señor Linton se está acostando ya, y a no ser que tengas
que decirle algo muy urgente, no podrá recibirte...
Vale más que te sientes y me digas lo que sea.
—¿Cuál es el cuarto del señor? —contestó él, mirando todas las
puertas cerradas.
En vista de su insistencia, subí a la habitación de mala gana y
anuncié al señor la presencia del importuno visitante,
aconsejándole que le mandara volver otro día. Pero José me
había seguido, entró, se plantó apoyado en su bastón y empezó
a hablar en voz fuerte, como quien se prepara a discutir.
—Heathcliff me envía a buscar a su hijo, y no me iré sin él.
Eduardo Linton permaneció silencioso un momento. Una
expresión de pena se pintó en su rostro. Se compadecía del niño
y recordaba las angustiosas recomendaciones de Isabel para
que le tomase a su cargo. Pero por más que buscó, no encontró
pretexto alguno para una negativa. Cualquier intento de su
parte hubiera dado más derechos al reclamante. Tenía, pues,
que ceder. No obstante, no quiso despertar al muchacho.
—Diga al señor Heathcliff —respondió con serenidad— que su
hijo irá mañana a Cumbres Borrascosas. Pero ahora no, porque
está acostado ya. Dígale también que su madre le confió a mis
cuidados.
—No —insistió José golpeando el suelo con el bastón. —Todo
eso no conduce a nada. A Heathcliff no le importan nada la
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