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primito, a besarle en las mejillas y a ofrecerle té en un plato

                  como si fuera un bebé. A él le agradó aquello, y en su rostro se

                  dibujó una sonrisa.



                  —Esto le convendrá —dijo el amo. —Si podemos tenerle con

                  nosotros, la presencia de una niña de su misma edad le

                  infundirá ánimos, y si desea adquirir fuerzas lo conseguirá.


                  «Eso será, en efecto, si podemos tenerle con nosotros», pensé


                  bastante preocupada. Yo me imaginé lo que sería de aquel

                  muchacho entre su padre y Hareton. Pero nuestras dudas se

                  resolvieron pronto. Había yo llevado a los niños a sus


                  habitaciones y dejado dormido ya a Linton, y estaba en el

                  vestíbulo encendiendo una vela para la alcoba del señor,

                  cuando apareció una criada y me manifestó que José, el criado


                  de Heathcliff, deseaba hablar con el amo.


                  —¡Qué hora tan intempestiva, y más sabiendo que el señor

                  regresa de un largo viaje! —dije. —Voy a hablar yo primero con

                  él.



                  José, entretanto, había cruzado ya la cocina y entraba en el

                  vestíbulo. Iba vestido con el traje de los días de fiesta, tenía en

                  su rostro la más agria de sus expresiones, y mientras sostenía

                  en una mano el sombrero y en la otra el bastón, se limpiaba las


                  botas en la alfombrilla.


                  —Buenas noches, José —le dije. — ¿Qué te trae por aquí?


                  —Con quien tengo que hablar es con el señor Linton —repuso.









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