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—¿Y por qué no me habló de mi padre? Del tío me hablaba

                  mucho, y me acostumbró a que le quisiera. Pero quisiera que

                  comprendiese que ¿cómo voy a querer a papá si no le conozco?



                  —Todos los niños quieren a sus padres —contesté. —Su madre

                  no le hablaría para evitar que usted quisiese irse con él. Vamos.

                  Un paseíto a caballo en una mañana tan hermosa es preferible


                  a dormir una hora más.


                  —¿Vendrá con nosotros la niña de ayer? —me preguntó Linton.


                  —Ahora no —repuse.


                  —¿Y el tío?



                  —No. Yo le acompañaré.


                  Linton, asombrado y sombrío, se hundió en la almohada.


                  —No me iré sin el tío —acabó diciendo. —No comprendo por

                  qué se empeña usted en que me vaya.



                  Yo quise convencerle, pero se resistió de tal modo que tuve que

                  apelar al auxilio del señor. Al fin, el pobre niño salió, después de

                  recibir muchas falsas promesas de que su ausencia sería breve


                  y de que Eduardo y Cati le visitarían con frecuencia.


                  El aire, el sol y la marcha reposada de Minny contribuyeron a

                  alegrarle un poco. Comenzó a hacerme preguntas sobre la


                  nueva casa:


                  —Cumbres Borrascosas, ¿es un sitio tan hermoso como la

                  Granja de los Tordos? —me interrogó, mientras se volvía para








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