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de preguntar a su padre acerca de aquel primo tan hosco. En
cuanto a Hareton, que ya había reaccionado del disgusto que le
produjera ser tomado por un criado, pareció lamentar la pena
de su prima, se dirigió a ella, después de haber sacado la jaca a
la puerta, y le quiso regalar un cachorrillo de los que había en la
perrera. Ella le contempló con horror, interrumpiendo sus
lamentos para mirarle.
Semejante antipatía hacia el joven me hizo sonreír. Él, en
realidad, era un mozo bien formado, bien parecido y robusto,
aunque vistiera la ropa propia de los trabajos que hacía en la
finca. Yo creía notar en su rostro mejores cualidades que las
que su padre tuviera, cualidades que sin duda hubieran
florecido copiosamente al desarrollarse en un ambiente más
apropiado. Me parece que Heathcliff no lo había maltratado
físicamente, a lo cual era opuesto por regla general. Parecía
haber aplicado su malignidad a hacer de Hareton un bruto. No
le había enseñado a leer ni a escribir, ni le reprendía ninguna de
sus costumbres censurables, salvo las que molestaban al propio
Heathcliff. Nunca le ayudó a dar un paso hacia el bien ni a
separarse un paso del mal. José, con las adulaciones que le
dedicaba en concepto de jefe de la familia, acabó de
estropearle. Y, así como cuando Heathcliff y Catalina Earnshaw
eran niños, cargaba sobre ellos todas las culpas, hasta agotar
la paciencia del señor, ahora acusaba de todos los defectos de
Hareton al usurpador de su herencia.
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