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Él se ruborizó más aún, profirió un juramento en voz baja y se
retiró.
—¿Quién es el amo de la casa? —preguntó la muchacha
dirigiéndose a mí.
—Este joven me ha hablado de un modo que me hizo creer que
era el hijo del propietario. No me ha llamado señorita, si es un
criado, debiera haberlo hecho.
Hareton se puso sombrío al oír aquella pueril observación. Yo
logré que ella se resolviese al fin a acompañarme.
—Tráigame el caballo —dijo la joven, hablando a su primo como
lo hubiera hecho a un mozo de cuadra. —Puede usted
acompañarme. Quiero ver aparecer al cazador fantasma del
pantano, y las hadas de que me ha hablado usted, pero
apresúrese. ¡Vamos, tráigame el caballo!
—Primero te veré condenada que ser tu criado –dijo.
—¡Cómo! —exclamó Cati sorprendida.
—Condenada he dicho, bruja insolente.
—Vea con qué buena compañía ha venido usted a encontrarse,
señorita Cati —interrumpí yo. ¡Ea!, no dispute con él. Cojamos a
Minny nosotras mismas y vayámonos.
—¿Cómo se atreve a hablarme así, Elena? —preguntó ella,
saltándosele las lágrimas. Y agregó: ¿Cómo no hace lo que le
digo? ¡Malvado! Contaré a papá lo que me ha dicho.
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