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camino por no causarle preocupación. Hareton se ofreció a

                  acompañarla, y a mí me pareció bien, porque el camino es muy

                  malo y muy difícil.



                  Entretanto, Hareton estaba en pie, con las manos en los

                  bolsillos, y no parecía muy satisfecho de mi aparición.


                  —Vamos —dije—, no me haga esperar más. Dentro de diez

                  minutos será ya de noche. ¿Y la jaca? ¿Y Fénix? Le advierto que


                  si no se apresura me marcho y la dejo a usted aquí. ¡Vamos!


                  —La jaca está en el patio —respondió— y Fénix encerrado. Le

                  han mordido a él y a Carlitos. Me proponía decírtelo, pero no te


                  contaré nada por haberte enfadado.


                  Me preparé a ponerle el sombrero; pero ella, viendo que los

                  demás adoptaban su partida, empezó a correr de un sitio a


                  otro, escondiéndose detrás de los muebles. Todos se reían de

                  mí, hasta que me hicieron gritar, ya enfurecida:


                  —¡Si usted supiera a quién pertenece esta casa, señorita Cati,

                  no volvería a poner los pies en ella!



                  —Es de su padre, ¿verdad? —preguntó ella a Hareton.


                  —No —replicó él, ruborizándose y apartando la vista.


                  No se atrevía a mirarla frente a frente. Y por cierto que ambos

                  tenían idénticos los ojos.



                  —¿Entonces, de su amo? —insistió ella.












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