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más pálido y más sereno tal vez, y el cuerpo un tanto más

                  pesado. No había más diferencia que ésta.


                  —¡Basta! —dijo sujetando a Catalina, que se había levantado y


                  se disponía a escaparse. — ¿Adónde vas? He venido para

                  llevarte a casa. Espero que procederás como una hija sumisa y

                  que no inducirás a mi hijo a desobedecerme. No supe de qué


                  modo castigarle cuando descubrí lo que había hecho. ¡Cómo es

                  un alfeñique! Pero ya notarás en su aspecto que ha recibido su

                  merecido. Mandé que le bajasen, le hice sentarse en una silla,

                  ordené que saliesen José y Hareton, y durante dos horas


                  estuvimos los dos solos en el cuarto. A las dos horas ordené a

                  José que volviese a llevárselo, y desde entonces cada vez que

                  ve mi presencia le asusta más que la de un fantasma. Según

                  Hareton, se despierta por la noche chillando o implorándote


                  que le defiendas. De modo, que quieras o no, tienes que venir a

                  ver a tu marido. Te lo cedo para ti sola, preocúpate tú de él.


                  —Podía usted dejar que Cati viviera aquí con Linton —intercedí


                  yo. —Ya que los detesta usted, no les echará de menos. No

                  harán más que atormentarle en su presencia.


                  —Pienso alquilar la Granja —respondió—, y además deseo que


                  mis hijos estén a mi lado, y que esta muchacha trabaje para

                  ganarse su pan. No voy a sostenerla como una holgazana,

                  ahora que Linton ha muerto. Vamos, date prisa y no me

                  obligues a apelar a la fuerza.












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